César Vidal
El hijo de mi amigo
La verdad es que los hijos de algunos de mis amigos son de cuidado. Los hay con cuentas pendientes con la Justicia, con problemas de droga o con novias embarazadas. Por eso, cuando me llamó este amigo -un cubano de primera hornada, de los que huyeron de la isla nada más llegar Castro al poder-, me temí lo peor. «Mi hijo es un vago», me dijo apenas tomó asiento en la mesa del Versalles. «¿Estás seguro? Hay mucho desempleo», intenté moderar el juicio. «Hasta cuando había trabajo de sobra, era un holgazán. Y además es un chantajista. Verás, desde hace más de treinta años no deja de amenazar con que se va de casa. Si no me dais esto, me voy de casa; si no me compráis esto, me voy de casa; si no puedo hacer lo que quiera aún perjudicando a mis hermanos, me voy de casa». «Pues que se vaya...», digo yo. «Si es que el muy hijo de su madre no quiere irse. Lo único que quiere es vivir a costa de nosotros haciéndose la víctima. Ahora que las cosas se le han puesto mal...», deja escapar mi amigo. «¿Y eso?», interrogo. «Pues el caso es que tiene una novia desde hace años. No es que sea mala chica, no, es que es tonta de remate». «¡Hombre!», intento defender a la criatura. «Tremenda pendeja», insiste mi amigo. «El descarado de mi hijo lleva años diciéndole que por él se iría de casa mañana mismo, pero que por sentido de la responsabilidad no puede dejarnos, que nos mataría de un disgusto... ¡Disgusto! Disgusto es el que me da pagarle las cuentas y que encima se lleve a la novia a casa los fines de semana para beneficiársela. Bueno, el caso es que en una de nuestras últimas discusiones yo le dije que se marchara de casa de una vez y que dejara de vivir de nosotros. Ahí le cogió la palabra la novia y no veas la que se ha armado». «No sé si acabo de entender...», comento. «Está muy claro. El sinvergüenza nunca ha querido irse sino vivir como un parásito de nosotros, pero cuando le hemos dicho que se vaya, la novia, que no escucha desde hace años otra cosa que lo felices que van a ser fuera de casa, no le deja vivir preguntando que cuándo se marcha». «Sí, muy inteligente no parece», concedo. «Y como te puedes imaginar, el clima es invivible. Mi mujer preocupada porque el golfo amenaza con hacerse independiente -que no tendremos la suerte- la novia pensando que está a un paso del paraíso y mi hijo... mi hijo es un pendejo total». «Exageras». «No, no, no exagero, pero ¿qué vas a pensar de un muchacho que se llama Arturo y lleva unos años pidiendo que lo llamemos Arthur para no parecer hispano?».
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