Política

Alfonso Merlos

El imperio del bien

El imperio del bien
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Nunca. La justicia ni puede ni debe ponerse de saldo, o colgar el cartel de «oportunidades». Muchísimo menos cuando los beneficiados de sacar tajada son los malhechores que han perpetrado los más abominables crímenes sin dejar el más mínimo resquicio para el perdón o el arrepentimiento o la colaboración con quienes luchan judicial y policialmente contra el Mal.

Por eso es decisivo el pronunciamiento del Tribunal Supremo. Porque se está a tiempo de corregir decisiones que, como bien se ha subrayado desde el Gobierno, producen desazón. Porque no es tarde para enmendar el destrozo que han generado entre las víctimas de ETA y en el conjunto de la sociedad española las excarcelaciones de execrables sujetos. Porque es el momento de que las más altas instituciones del Estado muestren su compromiso y rectitud y contundencia en la defensa de las esencias de nuestra joven democracia.

Necesitamos, como sociedad, que el Bien prevalezca. Y esto significa que no hay doctrinas torcidas o criterios aviesos –mucho menos si su origen es extranjero– que puedan doblar el sentido de nuestra legislación, que puedan vapulear el corazón de los indefensos, que puedan colocar bajo tierra la caja de herramientas de la que –desde hace décadas– nos hemos dotado para confrontar y derrotar el terror. Es muy lógica la cascada de acusaciones y declaraciones con las que se ha manchado a la opinión pública en las ultimas horas. Tiene su razón de ser que la izquierda –la extrema y la aparentemente moderada– denuncie la presunta intromisión del señor Catalá en este bochornoso caso. No porque el ministro esté faltando el respeto a la división y la separación estanca de poderes. Al contrario. Sino porque hay políticos en nuestro país que se encuentran cómodos con la liberación anticipada y torticera de pistoleros. Y no es el caso de los del PP ni de quienes llevan cartera y tienen responsabilidades de gobierno.

Podríamos decir que nos hallamos en un punto crítico en la aparente recta final previa a la derrota de los etarras. Pero no es así. Porque cada compás, cada tramo, cada encrucijada en la que se mida la política antiterrorista frente a los cancerberos del dolor debería ser trascendental. Por lo mucho que nos jugamos. Por nuestra dignidad. Porque no hemos llegado hasta aquí después de tantos cadáveres y tantas mutilaciones y tamaño sufrimiento para capitular, para relativizar el daño, para ponernos de perfil en la defensa de lo esencial.

Nadie está presionando al órgano sobre el que todas las miradas están puestas para que haga lo que debe. Hay un estado de preocupación. Hay ciudadanos que no están dispuestos a tolerar determinadas humillaciones. Porque irían contra la ley y la ética más elemental. No pensemos en los motivos que tienen los terroristas para defenderse a sí mismos. Pensemos en los que tenemos nosotros para resistirles y doblegarles sin emplear sus propias armas. Es el punto.