Alfonso Ussía
El intranquilo y el valiente
Con su habitual dureza expresiva, con esa fuerza descomunal de sinceridad y aplomo que le caracteriza, el ministro de Asuntos Exteriores, señor Dastis, ha hecho uso de su firmeza calificando el golpe de Estado en Venezuela. Fulminado el Parlamento, Maduro se ha hecho con todo el poder ejecutivo, legislativo, judicial y militar confirmando el fin de la escasa libertad que aún quedaba en aquel riquísimo y arruinado país. Dastis, que no se muerde la lengua, ha emitido unas palabras que han hecho temblar los cimientos de la nueva tiranía sudamericana: «No es una decisión tranquilizadora». De tal modo, que si algún día –Dios no lo permita–, el terrorismo islámico anuncia una inminente acción devastadora en España, el señor Dastis, con el valor que en él es habitual, será capaz de decir: «No es anuncio tranquilizador». Tengo para mí que Arriola ha sido el introductor de Dastis en la política exterior de España. –¿A quién nombro ministro de Asuntos Exteriores, Pedro?–; –A Dastis, Mariano, que es la monda–.
Afortunadamente, no todos los ministros, secretarios de Estado y subsecretarios, son tan explícitos como Dastis. En el Ministerio de Defensa, desde la llegada de María Dolores de Cospedal, se respira un optimismo sostenido por el sentido común. Lo advertí y me cayeron chuzos en punta. Que Cospedal sería una gran ministra de Defensa, con los complejos ahuyentados y las decisiones justas. Y que sabrá elegir. Al menos, ha sabido elegir a su segundo en el ministerio de Defensa, Agustín Conde, el toledano, que ha dicho sin esconderse lo que tantos han callado previamente. «Las Fuerzas Armadas están, entre otras cosas, para que a mi hija no le ponga un burka nadie».
La hija de Agustín Conde son todas nuestras hijas, nuestras nietas, nuestras mujeres, nuestras hermanas y los que por fortuna las tienen sobre la tierra, nuestras madres. Para eso, entre otras cosas, están las Fuerzas Armadas. Para vigilar nuestros descanso, para garantizarnos la unidad territorial de España, y para cumplir, si la situación lo requiere, sus mandatos constitucionales. Pero también, como ha recalcado Agustín Conde, para impedir que a nuestras mujeres les pongan un burka en la cabeza, les hagan caminar a dos metros de los varones, las encarcelen si salen a la calle con la cara descubierta y las lapiden en una plaza pública después de un juicio popular, por adulterio o desobediencia a su familia. Si Agustín Conde fuera el ministro de Asuntos Exteriores, no habría dudado en calificar el golpe de Estado de Maduro, de «extremadamente grave y vergonzoso», prometiendo a los venezolanos oprimidos «toda la ayuda de España para recuperar su libertad». Y si Dastis fuera el Secretario de Estado de Defensa, a la pregunta de «para qué sirven las Fuerzas Armadas», habría contestado: «Para desfilar y promover la amistad con las civilizaciones que nos intranquilizan un poquito». Es decir, muy militar.
España no puede dar la espalda a la estremecedora realidad venezolana. En Venezuela, las trampas antidemocráticas bolivarianas y podemitas han permitido que una derrota electoral contundente de Maduro se convierta en la excusa para aplastar la soberanía de las urnas. La situación de Venezuela no es sólo «intranquilizadora». Es gravísima. Nuestro apoyo es de una importancia fundamental para un pueblo que ha luchado democráticamente y hasta el último límite del heroísmo y la resistencia civil contra la tiranía. España necesita otro ministro de Asuntos Exteriores. Es la monda, pero en chungo.
En lo que respecta a Defensa, los españoles nos sentimos más tranquilos, seguros y defendidos que antaño.
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