José María Marco
El islam y los otros
Los ataques de París se han interpretado como un episodio más de la guerra del islamismo contra Occidente. Es posible que hayan sido específicamente diseñados para provocar ese tipo de comentarios, además de ser un momento –uno más– del enfrentamiento interno que viene teniendo lugar en el islam desde poco después de la muerte del Profeta.
En cuanto a lo primero, el islam tiene un problema con la modernidad. No con la modernidad de los rascacielos, los patrocinios deportivos, la explotación de petróleo o el armamento: en esos asuntos casi nadie –por lo visto– tiene nada que decir. El problema es más de fondo, y se refiere a la reconciliación del islam como religión y como civilización, es decir a los musulmanes como personas, con la modernidad. Esto, de por sí, no constituiría un motivo de violencia si no fuera por el otro aspecto, el del enfrentamiento interno. En la raíz está la guerra, más o menos abierta pero siempre presente, entre chiíes y sunitas y a partir de ahí sus múltiples ramificaciones: el enfrentamiento entre Irak e Irán, el de Irán con Arabia Saudí, o, ahora mismo, aunque sea una lucha de otro orden, la competencia entre el terrorismo postmoderno del Estado Islámico o Daesh y el terrorismo más clásico y jerarquizado de Al Qaeda.
Es así como el problema del islam con la modernidad se manifiesta en términos violentos. En general, la violencia queda entre musulmanes y tendemos a prestarle una atención relativa, salvo cuando el grado de atrocidad llega muy lejos. Otras veces la violencia toca a las comunidades no musulmanas en países musulmanes, y atendemos algo más. Otras veces afecta a los países democráticos y a sus nacionales, y entonces tendemos a interpretarlo como un ataque contra nuestro estilo de vida. Es así a medias, y muchas veces conviene esforzarse por intentar entender cuál es la clave interna en la que estos ataques deben ser interpretados.
Hacerlo resulta muy difícil, pero antes de lanzarnos a las grandes reflexiones sobre la democracia y el islam, conviene reflexionar si con ellas no estaremos contribuyendo a cerrar aún más la vía de salida a muchos millones de personas. Estas personas padecen esa misma violencia, mucho más que los no musulmanes. Requieren, precisamente porque atraviesan momentos críticos de presión y desconcierto, gestos, reflexiones y explicaciones que les infundan seguridad, no que los abandonen en manos de desalmados incapaces de perdonar. Hay que ser más prudentes y más imaginativos.
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