Ángela Vallvey

El maestro

El maestro vive en la ciudad que le vio nacer, esa Málaga donde brilla la oscuridad conservando reminiscencias solares, que decía Miguel de la Chica hace tanto tiempo. En la Málaga cascabelera de los naranjos que iluminan el mar, cuando no sueltan trozos de color en dirección al cielo terso. Lleva más de medio siglo escribiendo columnas en distintos medios de comunicación. Se ha convertido ya en el santo patrón del columnista español contemporáneo. De esa tropa miscelánea y ojibúcara entre la que me cuento. Con su abono poético presto en la pluma, grácil y claro como el aire de su ciudad, mira la vida a vuelta de hoja y derrocha empaque en el fondo perdido de los días. Se pasea con un elegante bastón y su columna diaria bajo el brazo, en el eterno verano malagueño, que, como él mismo, no comprende los rigores de la meseta ni le importan un rábano. La mitad del tiempo observa las maneras del silencio desde el embarcadero existencial de su barrio de la Victoria; toma cumplida nota del anochecer privado que le ofrece la intemperie del sur. Porque el mundo es una travesía: lo ha dejado dicho. Y a pesar de los años, las columnas y los versos, nunca ha perdido el uso del misterio. Se le nota que es sabio en la sonrisa pícara de seductor bien entrenado, en que no se corta un pelo si tiene que responder «No sé» o «Lo dudo», en que con sus columnas ha construido un templo de la historia reciente, en que sabe cómo se prepara un buen «dry Martini», en que nunca repite la misma canción ni aunque lo intente... Compositor de amanecidas, intérprete de una época, ayer cumplió 86 años («¡quién pillara los 81!», dice, guasón). Su nombre: don Manuel Alcántara.

Felicidades, maestro.