Marta Robles
El mundo se encoge
El mundo lleva achicándose más de un siglo. Primero lo hizo más lentamente y ahora, en los últimos años, a toda velocidad. Cosas de las comunicaciones que empezaron a empequeñecer el planeta desde el mismo momento en el que las ondas fueron capaces de recorrer kilómetros al servicio del hombre. A partir de entonces, se acortaron las distancias. Mucho después, hace pocos años, quizás veinte o treinta –nada como mirarlo en Google– Internet lo redujo aún más. Y a partir de ese momento y de que la información, casi de cualquier cosa, pasara por una pantalla, comenzaron a ocurrir cosas increíbles. La última que aquello de las películas, de robar un banco y fugarse a otro país, cada vez va a ser más difícil. O sin llegar al delito, cometer una infracción de tráfico en un país diferente al que se vive ya no se va a quedar sin castigo. Al menos, entre los socios de la Unión Europea. A partir del 6 de mayo, los países se lo pueden contar todo de vehículos y conductores, reclamarles que paguen sus multas y, si no lo hacen, incluso encausarles penalmente. Estaría bien, cómo no, sino fuera porque la voracidad recaudatoria de algunos excede los límites del supuesto bienestar. Vamos, que, de vez en cuando, los gobernantes ven en las pequeñas infracciones una fuente de ingresos extra. Por fortuna, la cosa se queda en faltas graves..., pero con el tiempo, ya saben, es posible que se penen –y se cobren– hasta las de aparcamiento. Por suerte, y mientras conservemos cierta identidad, siempre nos quedarán los puntos. Aunque eso será de momento, porque el mundo sigue encogiendo...
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