Cristina López Schlichting
El Papa molesto
Me toca las narices la gran cantidad de gente que nunca se ha interesado por la Iglesia y ahora se ha hecho a muerte de Benedicto XVI. Gente que no atendía a Ratzinger, claro. Nadie ha explicado como él la unidad profunda entre fe y razón, pero se da la circunstancia de que casi nadie se enteraba, porque no lo leían. Y quizá por eso, no se veían interpelados por sus rotundas llamadas a la conversión, el cuidado de la naturaleza o la paz. Y claro, ahora ha llegado un argentino con bocina, que entra en los zaguanes a voces y el personal arruga el hociquito.
No hay semana en que no se me acerque alguien a lamentarse por Francisco. Que si idealiza la pobreza, que si es un bocazas, que si la doctrina no está clara, que si es un peronista. Pero vamos a ver, ¿no hay suficientes cosas hermosas en este Papa? ¿De verdad es tan habitual ver a un tipo de 80 años coger un avión para abrazar a los refugiados de Lesbos o los pobres de Asia? ¿Es normal ver a alguien gastarse su dinero para invitar a pizza a miles de pobres y celebrar la canonización de Madre Teresa? ¿Es ordinario ver a uno de los hombres más poderosos del mundo llamar personalmente por teléfono, quitándose importancia?
Yo alucino con Francisco. Como flipé con Benedicto XVI y Juan Pablo II, que son los papas que recuerdo. No me parece nada normal que, mientras los pueblos son aherrojados por dirigentes impresentables o mediocres, los cristianos tengamos, vez tras vez, personalidades de una santidad potente y manifiesta.
Hubo mucha gente a la que la defensa de la vida que hacía Wojtyla le ponía de los nervios. O a la que desquiciaba que se saltase el protocolo. Hubo quien se rasgaba las vestiduras cuando Benedicto XVI se puso una muceta, como un pequeño papá Noel. Nunca llueve a gusto de todos. Pero hay otra forma de estar, la de apreciar lo bueno y despreciar lo que nos cuesta.
La doctrina de la Iglesia es meridiana. El matrimonio es para siempre, pero hay matrimonios nulos, que no se han celebrado. La familia la componen el hombre y la mujer, pero existen personas homosexuales. El aborto es un pecado horrendo, pero la misericordia de Dios es mayor que nuestra inmundicia.
Es divertido y constructivo ver cómo el espíritu nos pone sucesivamente a un polaco apasionado, un alemán racional o un argentino impetuoso. Aprendamos de tanta bondad. Propongo a los que acusan al Papa de meter la pata, que dejen de meterla ellos. Los que le reprochan improvisación verbal, que sean caritativos con sus palabras. Los que se ponen nerviosos con los pobres, que les abran su casa. Los que tiemblan con el «excesivo diálogo», que escuchen a los que piensan diferente. Los que aman la doctrina rigurosa, que se examinen de ella. Es fácil defender al Papa sólo cuando dice lo que nosotros pensamos, pero Jesús hizo todo lo contrario: sacar de sus casillas a muchos.
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