El desafío independentista

El «parque Asterix»

La Razón
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Pretenden ofrecerse como los referentes de una absurda épica de resistencia ante la opresión de un estado dudosamente democrático, de un invasor que ahoga el grito de libertad de un pueblo al que no se le permite emprender la senda de un futuro en solitario. Quieren mostrarse ante el mundo como los Asterix y Obelix que resistían desde su aldea gala los embates del imperio, pero la realidad es que no creen en la justicia, desprecian la esencia de la democracia y pisotean arrogándose la representatividad de una supuesta mayoría precisamente a los derechos cívicos y constitucionales de las mayorías. Sólo creen en la propaganda y el chantaje y por eso no les cree ese mundo al que pretenden mostrarse como mártires de un Estado dudosamente democrático.

Si no fuera por la gravedad del desafío independentista, la actitud del Gobierno catalán sujetado bajo chantaje permanente por los radicales antisistema de la CUP podría equiparse con la intención de convertir a esta comunidad en un gran parque temático, que como el Asterix, situado a las afueras de París, nos traslada a una época de resistencia romántica frente al invasor, entre montañas rusas, vasos de refrescos, disfraces y palomitas.

Ni Puigdemont, ni Homs, ni Forcadell ni Artur Mas han conseguido apuntalar un mínimo de solidez y credibilidad a una estrategia de desconexión que cuando se topa con la realidad de los tribunales, es decir, con el Estado de Derecho, no va más allá de señalar a «los voluntarios» en el caso de Artur Mas tras el teatro al aire libre del referéndum «9-N» o de manosear la palabra «democracia» en el de Carme Forcadell justificando también ante el «TSJ» de Cataluña la promoción desde su cargo de un proceso de desconexión ya señalado como ilegal en su momento por los propios letrados del parlament que preside.

La respuesta a la estrategia de diálogo con las instituciones catalanas impulsada por Rajoy hoy en modo «propósito de enmienda» y conducida por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría viene a evidenciar a un Gobierno autonómico presidido por un independentista de convicción pero incapaz de hacer política más allá de lo que le permite su condición de rehén de los diez escaños –poco más de 300.000 votos– de la CUP. Tal vez por ello y aunque la situación no es sencilla por lo mucho que hay por desmadejar en Cataluña, el propio Rajoy puede hacer uso, sin retirar la mano tendida, de su conocido manejo de los tiempos por «maduración» sabedor de que es Puigdemont el que puede verse abocado a la vuelta de unos meses entre el precipicio y la CUP.

Otro referéndum ilegal de cartón piedra sólo añadiría más frustración a la ya ocasionada con la quimera del «9-N». Habrá urnas, pero las propias de un adelanto electoral –otro más– en el próximo otoño, aunque esta vez ya no será la antigua convergencia quien marque la pauta. ERC aguarda con el cesto la recogida de nueces con todas las consecuencias, incluido el inquilino del Palau.