Alfonso Ussía
El páter
En las academias y unidades de los Ejércitos y la Guardia Civil existe una figura que acostumbra a ser querida y respetada por todos. El Páter, el capellán del regimiento, de la unidad o del buque de la Armada. Su existencia está en peligro. Podemos no quiere sacerdotes castrenses, y ha propuesto su desaparición. La figura del Páter es secular y muchos han dado su vida por atender en el frente a sus compañeros heridos. El Páter está de servicio las veinticuatro horas de cada día, porque así lo exige y demanda su doble vocación. La de sacerdote y la de militar. El general de Podemos, José Julio Rodríguez, no quiere Misa en La Dos, capellanes en las Fuerzas Armadas, y con la mala leche que trae últimamente en la mochila, es muy probable que solicite a sus excompañeros del Ejército del Aire el arresto de la Virgen de Loreto. El amor, en ocasiones, resulta demoledor y termina con el equilibrio de los hombres que no admiten la irreparable llegada del otoño.
La obsesión anticristiana de la izquierda estalinista cierra sus ojos. No quieren ver que más del noventa por ciento de los militares españoles son católicos practicantes. Soldados, marinos, aviadores y guardias civiles cumplen voluntariamente servicios de alto riesgo, y quieren tener al cura en su cercanía. El cura, el páter, el amigo y consejero. En mis lejanos tiempos de la Mili, allá en mi querido campamento de Camposoto, teníamos dos capellanes. Un comandante y un capitán. Al comandante se le llamaba el Místico y al capitán, el Rápido. Todos los días, al finalizar las horas de la instrucción, a la una de la tarde, el Místico o el Rápido oficiaban la Santa Misa, a la que siempre asistía el jefe del CIR 16, el coronel Sánchez Ramos-Izquierdo, al que asesinaría la ETA en Madrid años más tarde. Cuando el Rápido era el oficiante, el coronel le dedicaba más de un chorreo posterior. «Capitán, se come usted la mitad de la Misa»; «no, mi coronel, sucede que soy muy nervioso y hablo a doscientas palabras por minuto». Y tanto el Místico como el Rápido estaban a disposición de los dos mil reclutas del campamento durante todo el día.
Pero al general de Podemos no le gustan los capellanes. Y del capellán se pasa al Patrón o la Patrona en un santiamén, y nunca mejor escrito. Hay que disponer, por si algún día el general enamorado es ministro de Defensa de la República Popular y Bolivariana de España, una prisión militar de grandes dimensiones. En las celdas de las diferentes plantas serán encerrados todos los militares que profesan la fe cristiana. Y en las mazmorras, a los patronos y patronas. Allí serán arrestados, juzgados y condenados el Cristo de la Buena Muerte de los legionarios, que compartirá celda con San Fernando. En las mazmorras femeninas, que estarán al cuidado de la teniente general Zaida Cantero, ingresarán la Inmaculada Concepción, la Virgen del Carmen, La Virgen de Loreto, la Virgen del Pilar y Santa Bárbara. En un principio y primer tramo de la nueva situación, sólo ingresarán en prisión las Vírgenes y santos anteriormente mencionados. Posteriormente, todos los demás. Y en las unidades de los Ejércitos, los capellanes serán sustituidos por religiosos islamistas, preferentemente originarios de Irán, por aquello de la confianza y el buen rollo. Los militares encargados de vigilar la gran prisión, serán venezolanos y cubanos, por su larga experiencia en esos menesteres.
No creo que los planes del general enamorado cuenten con la aprobación de sus antiguos compañeros uniformados. Pero el que avisa no es traidor, aunque en el presente caso el dicho común y tópico resulte a todas luces incoherente. Extraña sobremanera, que no se le ocurriera al general de los nuevos amores podemitas suprimir a los capellanes castrenses durante sus años en la jefatura del Estado Mayor de la Defensa. Cuatro años dan mucho de sí para las ocurrencias. Ignoro qué o quién o quiénes le han hecho cambiar tanto desde la pérdida del mando efectivo. Lo que está demostrado por los aconteceres de la Historia es que el varón maduro, cuando es alcanzado por la flecha de Cupido, se asoma al abismo de las insensateces. El duque de Anfield-Shane suspendió las cacerías de zorros en su castillo de Wintergrove cuando se enamoró locamente de Stephanie Logan, la joven y bella sirvienta encargada de limpiar la plata. Stephanie no sabía montar a caballo.
Los capellanes castrenses, los curas, los páter, son héroes desarmados y hombres de Dios. El general de Podemos no los quiere. Sirve ese desamor para que aumente inmediatamente mi admiración por ellos. En el mundo de la decencia y el servicio a los demás, ese mundo al que perteneció el general que hoy lo aborrece, Dios siempre tiene su sitio de honor en el alma de sus soldados. Intuyo que no va a ser necesaria la construcción de la cárcel.
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