Restringido
El pedo de Salvador Dalí
Salvador Dalí es probablemente el catalán más españolista que nació en Cataluña o el español más catalanista que fue parido en España. La catalanidad de Dalí no se puede discutir, su vivencia de catalanidad era visceral. Dalí se veía como una «gloria de Cataluña» y una «singularidad de España». Dalí tenía una vivencia hispánica de su catalanidad, o una vivencia catalana de su hispanidad, y esto es evidente en muchas de sus acciones y declaraciones, desde su afecto por la monarquía hasta sus disposiciones testamentarias, en las que nombró heredera universal a España.
Genio y figura, ávido de dinero y fama, catalán y profundamente español, cuando en «Confesiones inconfesables» el artista se sincera a Andre Parinaud, y habla de su cuadro «Premonición de la guerra civil», nos abduce en su deseo de catalanizar España: «No se trata de que España se haga europea, sino de que mi patria se inspire en el alma catalana». En la «Escritura de donaciones», expresa con crudeza su rauxa hispana: «En numerosas ocasiones, con independencia del tiempo y los lugares por los que ha transcurrido mi vida, he manifestado con fervor que toda mi obra pictórica, artística y cultural ha sido destinada a esta querida Patria, madre de Patrias, que es España». Poco antes de morir pronunció una breve arenga ante una televisión, con la voz apagada pero firme, dijo: «Els genis no tenim dret a morir, perquè fem falta pel progrès de l’Humanitat. Viva el Rei, viva Espanya, viva Catalunya!».
El 24 de mayo de 1981, según cuenta Descharnes en su libro «Dalí, l’héritage infernal», Pujol se entrevistó por primera vez con «el divino» en un hotel de París. Pujol odiaba a Dalí por no ser nacionalista y el pintor despreciaba al comisionista por su nacionalismo. En la fecha señalada Dalí le mostró un cuadro al president y cuando éste se encaraba curiosamente frente al cuadro, Dalí le soltó un sonoro, flatulento y apestoso pedo. Dalí se inspiró en Joseph Pujol «Le Pétomane» (catalán que triunfó en el Mouline Rouge de París de principios del siglo pasado y que interpretaba la Marsellesa con el ojo del culo), como mejor forma de homenajear al nacionalismo del otro Pujol.
Dalí fue siempre despreciado por los separatistas (ni una triste calle en Barcelona honra su memoria, a diferencia de Madrid), y sólo se interesaron por él cuándo husmearon que su legado no sería para los tesoros del 3%. Jordi Pujol y su consejero de Cultura, el olvidable Max Canher, calificaron a Dalí de cobarde por el legado hispano de sus obras, la presencia del artista en los museos barceloneses ha sido nula y en 1980 la exposición «Cent anys de cultura catalana», celebrada en Madrid, no mostró ninguna obra suya por decisión del comité de expertos.
En el Ampurdán el legado de Dalí tiene un impacto económico de 180 millones de euros anuales. En la Catalunya que quiere desconectar de la realidad, hablar de Salvador Dalí es mentar a un «facha». Que los nacionalistas se queden con sus pedos, que nosotros nos quedamos con sus cuadros.
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