Cristina López Schlichting
El poder sin corazón
Los niños se asustan de la muerte desde muy pequeños. Cuando algún familiar fallece, plantean las preguntas más insospechadas, buscando en el corazón fuerte del adulto certezas para su pequeño corazón. Ya de mayores, las personas matan a veces por legítima defensa, y aún así experimentan aversión y dolor. Quitar una vida humana... qué peso. Es un extraño camino el que va forjando al asesino, los mayores especialistas en mentes retorcidas hablan de padres insensibles o malos, a veces ausentes, de enfermedad mental, de genética alambicada. En la entrevista del Follonero, Arnaldo Otegi explicaba que fue la muerte de su propia madre –que le anunciaron estando preso– lo que le hizo comprender la llamada que recibieron en su día tantas familias que conocieron así el asesinato de su ser querido a manos de ETA. Es asombroso. Monstruosamente asombroso. Espero conservar a mis queridos padres muchos, muchos años, pero no he necesitado la noticia del luto para estremecerme hasta las lágrimas por los crímenes de la banda. El diálogo con Jordi Évole –que confieso no me hubiese gustado protagonizar– es el de un periodista con un témpano. Un hombre que maneja los conceptos y las palabras pero, sencillamente, no entiende de dolor. Ahora ha vuelto a equiparar en el Parlamento Europeo el asesinato de las víctimas con la situación de los presos o los huidos de la Justicia (que llama refugiados impunemente). Refugiados, los que he conocido en Lesbos, ese Yakub argelino, al que Al Qaeda arrancó todas las piezas dentales, por cristiano. Esa Sama, con una pierna destrozada en Alepo; ese Ahmed con una bala alojada en la cadera y 23 años inocentes.
Me invade una impotencia grande al escuchar a Arnaldo Otegi –que intentó secuestrar a mi amigo Gabi Cisneros y le perforó la barriga a balazos; que secuestró a Javier Rupérez, aunque los cargos no se pudiesen probar– llamar «refugiados» a asesinos impasibles como Iñaki de Juana Chaos. Y añadir después que los presos sufren mucho porque están lejos del País Vasco.
Quiero pensar que está profundamente enfermo, que sus neuronas navegan en qué sé yo qué lagos de ausencia. Que si tuvo que esperar a la muerte natural de su madre para comprender las consecuencias de un crimen contra un padre o un hermano es porque nunca ha tenido el alma sana, y que fue por eso por lo que se vio atraído a la sangre despiadada de la ETA.
Porque lo que bajo ningún concepto quisiera pensar, por favor no, es que Arnaldo Otegi es sólo un hombre cruel, incapaz de ponerse en el lugar de los demás y que nosotros, los españoles, miramos con naturalidad su camino hacia el liderato político del País Vasco.
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