Martín Prieto

El Presidente Mariano Rajoy

La Razón
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Arturo Umberto Illia fue presidente de Argentina en los años sesenta en una elección de la que estaban exentos los peronistas. Desde el golpe de Estado del general Uriburu en 1931 contra el electo Hipólito Solari Yrigoyen, ése era el escenario político en el Río de la Plata. El doctor Illia, médico de profesión, era un viejo krausista dado al trabajo, la filantropía, el sentido común y la austeridad. Potenció la prospección petrolífera, disminuyó la desocupación, drenó la deuda externa, estableció un salario mínimo y dedicó el 23% del Presupuesto a Educación. A mediodía bajaba de la Casa Rosada a la Plaza de Mayo a sentarse en un banco y desmigar pan a las palomas mientras pensaba. Educado y culto, nunca se le escuchó una palabra más alta y su bonhomía trajo una operación de destrucción de imagen. Le llamaban el tortuga por una supuesta lentitud, una falsa chochez, puesta en circulación por los milicos, mientras los sindicatos llenaban el centro de Buenos Aires de quelónidos con su nombre en el caparazón. Su propia guardia le sacó de la Rosada a empujones y, como no tenía automóvil ni casa, pidió un taxi para refugiarse en la de su hijo. Sin licencia, murió de panadero, y hoy, pasadas las décadas, es considerado como el mejor presidente que Argentina tuvo jamás.

Aquí el presidente Mariano Rajoy ha sufrido una paralela destrucción de imagen culminada en la pasada campaña electoral y en los avatares de esta extraña y gritona investidura. Sánchez comenzó injuriándole en un debate televisivo; después un anarquista le dio una puñada en el rostro y su pueblo de adopción le declaró persona no grata, prosiguiendo la caza de brujas. Rajoy es un hombre tranquilo que cuida las formas cuando el faltón Sánchez le pide erradicar los insultos. Rajoy es ajeno a la mercadotecnia de la imagen y mucho habrá sufrido la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Castro, para sacarle siquiera en un plasma. Desde una diputación provincial a varios ministerios, sabe có-mo funciona el Estado frente a los Pulgarcitos que le increpan. Ha sido un excelente presidente y sus discursos son los únicos que se entienden en la verborragia de la investidura que pudo ser y no fue. Sabiendo no tener apoyos para gobernar y ninguneado por el PSOE, dio un paso al costado que se interpreta torticeramente como defección. Sea lo que fuere, tendrá una página en la Historia, como Illia, frente a los pitufos que distorsionan su imagen.