Nacionalismo

El pueblo singular

La Razón
La RazónLa Razón

Con los grandes principios ocurre como con las bellas palabras. No matan, pero pueden conducir a la muerte. Piensen en algo tan venerado como «derecho de autodeterminación» o aparentemente tan simple como «pueblo» o «singularidad» y acuérdense de Yugoslavia. Vaya por delante que no comparto el entusiasmo colectivo hacia la España de las Autonomías.

Atribuirle el progreso económico de los últimos treinta años, tiene el mismo fundamento que achacar que los dentistas sólo te hacen daño ahora en la cartera a la descentralizada organización del Estado que nos legaron los padres de la Constitución.

En las pasadas tres décadas, también Francia, Italia o Irlanda –estados unitarios y centralistas– han crecido espectacularmente y sus habitantes han pasado de la condición de menesterosos a la de opulentos europeos. Y son países donde, a diferencia de lo que ocurre aquí, las partes no son más relevantes que el todo, ni se abomina de lo común en beneficio de lo periférico.

Volviendo a lo esencial y con el telón de fondo de las reivindicaciones formuladas por el cansino Puigdemont y otros políticos nacionalistas, no deberíamos olvidar que el derecho de autodeterminación no aparece en la Declaración Universal de Derechos Humanos. La razón es muy simple: los derechos humanos son individuales, no colectivos.

Nos ilustraría bastante que Oriol Junqueras, Domenech, Forcadell o la propia Ada Colau aclararan al respetable que entienden por «pueblo». Tengo la impresión de que, aunque se utiliza el término emocionalmente, aluden a un hecho administrativo: son catalanes los que viven en Cataluña, incluyendo por lo menos 300.000 marroquíes, 50.000 paquistaníes y 25.000 mauritanos.

En otras palabras, los residentes empadronados dentro de las cuatro provincias que el Gobierno de Cea Bermúdez dibujó sobre el mapa en 1833, al margen de su origen, condición, lengua, vinculación o sentimientos.

Y ahí entra lo de la «singularidad». Cuando uno alega ser «diferente», lo que viene a decir es que se considera «superior». Un poco fuerte... ¿no?