Fernando Vilches
El punto
De las cuarenta y tres acepciones que tiene la palabra punto, ninguna se refiere a ese tan endémico «punto y final» de todos los medios de comunicación sin excepción, ni tampoco a esa frase que está haciéndose un hueco en el lenguaje coloquial «punto pelota» (acabo de enterarme de que era el título de un programa de televisión dedicado al deporte). Es probablemente una de las palabras más multiusos (polisémica, en fino) de nuestro riquísimo idioma. Observen: dos puntos, medio punto, punto acápite, accidental, aparte, cardinal, céntrico, ciego, crítico, crudo, de apoyo, de articulación, de canoa, de caramelo, de costado, de distancia, de escuadría, de estima, de fábrica, de fantasía, de hebra, de honra, de longitud, de merengue, de mira, de nieve, de observación, de partida, de referencia, de vista, débil, equinoccial, equipolado, fijo, filipino, final (sin la y), flaco, fuerte... y, así, con estos últimos, que son los suspensivos, 18 expresiones más, y otras cincuenta y siete que no tienen la palabra al principio y otras locuciones variadas. El punto, pues, es uno de los signos ortográficos que más se travisten de múltiples colores y cuya riqueza semántica es un manjar para aquellos que «formamos parte de ese ejército de papel que defendemos las palabras como si fueran castillos», frase esta que pertenece a una dedicatoria que me hizo hace años Álex Grijelmo y que yo repito a menudo cuando mis generosos alumnos del Joyfe (cosecha 64 y 65, fundamentalmente) me piden que les dedique alguno mío. Y, aprovechándonos de esta riqueza conceptual, vamos a ver si, de una vez por todas, los partidos constitucionalistas le ponen los puntos a la sinrazón catalana y, con ello, el punto final de esta pesadilla con la que desayunamos comemos y cenamos desde hace tiempo sin que suba de punto. Al menos, que sea un punto acápite.
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