Alfonso Merlos
El «rajao»
Para reír. O para llorar. Tanto alboroto, tanta cadena humana, tanta declaración de soberanía, tanto concierto por la libertad, tanto espectáculo tragicómico con la estelada presidiendo el cotarro para llegar, de repente, y rajarse. Lo del señor Junqueras es, directamente, de psiquiatra. Ahora resulta que España deja de ser el enemigo, que la lengua que hablan 47 millones de compatriotas no debe ser perseguida, que uno puede desde Granollers o Mataró o Santa Coloma cantar los goles de «la Roja». ¡Pero hombre! ¿De verdad hacían falta alforjas para este patético viaje? ¿Madrid es el adversario o el futuro socio? ¿De qué va esto del divorcio a medias? ¿Se han vuelto tarambanas en ERC o pretenden volver loco al personal, o tomarlo por idiota? Y sobre todo, ¿qué hacemos ahora con el referéndum? ¿No habíamos quedado en que lo que molaba era entrar en una web a través de la que uno podía registrarse, demostrar su pedigrí, probar que era un pata negra de los Países Catalanes, imprimirse el documento y plastificarlo para vacilar ante la parroquia? ¿Y no va a ser humillante tener que mostrar en una misma tarjeta el feo trapo del otrora imperio opresor? Las cosas están claras. Los ayatolás del separatismo más chillón están ya percibiendo cuál sería realmente el precio de la independencia: la ruina, la marginación y la irrupción en el escenario internacional de un engendro político-jurídico-administrativo que tendría la consideración de un paria, o peor, de un gamberro. Le entendemos, señor Junqueras, el futuro no es todo lo prometedor que parecía.
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