Francisco Marhuenda
El rechazo de la canciller
Cuando conocí a Artur Mas a mediados de los ochenta era un director general del gobierno catalán que se dedicaba a la promoción comercial. Era un personaje más bien gris, con buena presencia y que contaba con el afecto de la poderosa familia Pujol. Lluis Prenafeta, el secretario general de Presidencia, confiaba en este economista, hijo de una familia acomodada y que hablaba habitualmente en castellano. No se había convertido al nacionalismo y se sentía muy cómodo en el «pujolismo», que es la culminación de la ambigüedad política. Jordi Pujol era un financiero y empresario sin pedigrí, mal visto por la elitista burguesía catalana de los sesenta porque le «faltaba clase». Cuando consiguió el poder le comenzaron a ver todas las virtudes, incluso las que no tenía. Un día me comentó: «¿Te has dado cuenta que para ser alguien en Cataluña te tienes que llamar Trías?». Era un fiel reflejo del sentimiento profundo que todavía tenía por la actitud de un determinado sector de la burguesía catalana que, por cierto, ahora ha transitado al «derecho a decidir». Ha sido tan insistente la propaganda y la mentira que se han convencido de que sus negocios seguirían igual o mejor con la independencia y que la Unión Europea acogería con satisfacción la ruptura de España que pretenden Mas y los dirigentes de CiU manejados por las organizaciones soberanistas, bien financiadas por la Generalitat y los empresarios afectos, y el líder de ERC, Oriol Junqueras. Los «apóstoles» de la independencia nos han dicho a los catalanes que seguiríamos en la UE y que no perderíamos el mercado cautivo del resto de España para colocar nuestros productos. Han vendido la imagen de una España que no sólo nos expolia sino que está llena de desagradecidos. Artur Mas ha transitado de ser un niño bien de la mediana burguesía hasta convertirse, con el fervor de un converso, en el adalid de la independencia. El problema es que ha conducido a la sociedad catalana a un callejón sin salida. El aparato mediático controlado por la Generalitat lleva décadas dedicado a la defensa del nacionalismo y a la estigmatización de aquellos que no somos «buenos» catalanes. Desde la burla en los programas de humor pasando por las tertulias y los informativos existe una clara ofensiva en favor del independentismo. Ni referéndum ni independencia por más que se empeñe Mas y sus colaboradores, porque no se pueden aceptar actos ilegales. Ahora falta que la burguesía vuelva a cambiar de dirección, porque el negocio es el negocio ya que empresarios, financieros, abogados, ingenieros, etc., se juegan mucho en esta aventura disparatada. El colofón final ha llegado con el firme e inequívoco rechazo de Merkel a las pretensiones de Mas y su defensa de la integridad de España. No hay que olvidar que en Cataluña existe una fuerte presencia de empresas alemanas y de su ámbito de influencia.
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