Francisco Nieva
«El resplandor»
Se trata de una gran película de Stanley Kubrick, una película de terror. Hay que tener una gran capacidad para esto, que yo admiro superiormente. Esta obra maestra de Kubrick trata de un niño que tiene la facultad –para mí, desafortunada– de adivinar, ver y sentir un hecho trágico acaecido en determinado lugar pasado el tiempo. A esto le llama Kubrick «el resplandor». Afirma que muchas personas lo tienen, pero no lo saben o no lo quieren admitir. Yo, por ejemplo... Yo adiviné el lugar en el que habría de morir atropellada una persona muy querida por mí. La víspera del trágico suceso le advertí qué camino debiera tomar para evitar un accidente. No siguió mi consejo y, en aquel mismo punto y lugar, pereció. A nadie he llorado tanto en mi vida, y desde entonces me espanta adivinar calamidades. Aborrezco tal facultad, de la que algunos hacen su oficio de ocasionales adivinos y echadores de cartas, se introducen en sociedad y se hacen los dueños de un cotarro. En el mío, se lució un sujeto de lo más ignaro y vulgar, que sanaba todos los males recetando sorbitos de agua bendecida por él.
Pero yo temo adivinar, temo tener resplandores. Y sé que mi gran amigo, el eminente arquitecto Fernando Higueras, también los tenía. Voy a contar un caso de lo más ilustrativo al respecto: la mujer del general Lambarri manejaba mucho dinero comerciando con antigüedades, y buscando un lugar idóneo para su valiosa colección, compró en un pueblo de Andalucía una casa palaciega, encantadora y vastísima, muy siglo XIX. Deseosa de hacer reformas, requirió los servicios de Fernando, al que invitó a pasar unos días en el fastuoso lugar para comunicarle sus ideas al respecto.
Aceptó Fernando tal invitación y sólo fue poner allí los pies y livideció, se puso a temblar y pidió con urgencia poder salir al exterior para escapar del terror que le infundían aquellas paredes que trasudaban tragedia y dolor. La generala Lambarri sabía que en aquella casa había sucedido un caso por demás dramático al comienzo de la Guerra Civil, después de lo cual, la casa sin dueño se cerró y el consistorio terminó por incautarla, hasta que fue vendida a la generala, que la compró un poco a ciegas, sin enterarse bien de su belicoso y trágico pasado. Algunos viejos del lugar se lo revelaron: a las dos señoritas hermanas, ricas propietarias, muy de derechas y muy devotas, la turba fratricida les cortó los pechos con una sierra. Tal atrocidad espantó al vecindario, que optó por un avergonzado silencio. Hasta que Fernando se enteró por una vía paranormal y lo delató con aquellos extremos, que a todos atemorizaron.
El muy inteligente director cinematográfico certificó –con un Oscar de premio– la existencia paranormal de «El resplandor».
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