Carmen Enríquez
El sentido del deber del Rey
Los evidentes gestos de incomodidad y dolor del Rey durante la Cumbre Iberoamericana de Cádiz no han logrado disminuir ni un ápice el concepto del deber del monarca, ni mucho menos su sentido del humor ante los mandatarios presentes en la ciudad andaluza. Don Juan Carlos ha hecho una vez más honor a su fama de persona campechana y con una capacidad de empatía fuera de lo común. Y no será porque a él no le importe aparecer en público siempre con una imagen impecable y con la sonrisa a punto de asomar a su cara, a pesar de que el dolor en su maltrecha cadera le mortifique mucho. Pero el deber, para el Rey, está por encima de todo y a pesar de que los doctores le venían aconsejando desde hace tiempo que se tomara su tarea con más calma, don Juan Carlos sabía que no podía faltar a la cita de Cádiz en este bicentenario de «La Pepa». Por eso, haciendo de tripas corazón y ayudado por una o dos muletas para poder andar y mantenerse en pie, el Rey ha aguantado el tirón y ha sido él mismo el encargado de anunciar que tiene que volver a pasar por talleres para solucionar los problemas de su cadera, aquejada de una fuerte artrosis.
Pero quizá estaría bien ir un poco más allá de las molestias actuales del monarca y buscar la causa inmediata de sus males en los reiterados desplazamientos de don Juan Carlos a lo largo de los últimos meses para apoyar las iniciativas de las empresas españolas y ayudarles a implantarse en el extranjero. Los periodistas y los propios hombres de negocios que acompañaron al Rey en su reciente viaje a la India vieron cómo el jefe del Estado español se mostró fatigado y con signos evidentes de torpeza al pasar revista a las tropas que le rindieron honores, que se prolongaron más tiempo del considerado como razonable para una persona en sus circunstancias.
Es obvio que en el ánimo del Rey pesa todavía el deseo de congraciarse con los ciudadanos, después de una serie de tropiezos, y demostrarles que su espíritu de servicio al país, presente a lo largo de toda su vida, sigue intacto. Y para ello se ha esforzado tanto que quizá ha atravesado los límites que deben marcar un ritmo más pausado en la actividad de un hombre de 75 años. Una persona que sufre ahora las consecuencias de haber practicado deportes para los que es necesaria una resistencia física extraordinaria y que a veces dejan secuelas. Sobre todo después de varios accidentes que quebraron algunos de sus huesos -el coxis, la rodilla, la muñeca- y que le obligaron a pasar por duras sesiones de rehabilitación para recuperarse.
Si finalmente don Juan Carlos pasa de nuevo por el quirófano, que es lo más probable, tendrá que tener un poco más de paciencia e ir más despacio a la hora de retomar sus tareas oficiales. Es mejor, para él y para todos, no apresurarse.
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