Luis Alejandre

El sheriff y el zar

Han coincidido sobre un mismo escenario, donde se representa una de las últimas tragedias de nuestro tiempo.

El primero había desenfundado su arma poderosa, después de trazar sobre el suelo arenoso una línea conminatoria: «¡Como utilice gases Bachar al Asad, disparo!».

Cien mil muertos en los dos últimos años no representaban suficiente argumento. Mil quinientos gaseados era el «hasta aquí podíamos llegar».

Son las diferentes ópticas de la política internacional. Muchas veces se mira hacia el otro lado al amparo de lo que dicta el artículo 2.7 de la Carta de Naciones Unidas: «Ninguna disposición de esta Carta autorizará a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los estados (miembros)». No obstante, añade al final del mismo: «Pero este principio no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el Capítulo VII», el que trata sobre las acciones en caso de amenazas a la paz mundial.

En esencia, aquí está, en mi opinión, el meollo de éste y de otros muchos problemas que se prestan a diferentes interpretaciones del Consejo de Seguridad y de la comunidad internacional.

¿Ha sido realmente la guerra civil que vive Siria un asunto interno hasta el 21 de Agosto de 2013, en que fue gaseada la población del barrio de Ghutta? ¿Es sólo a partir de este día cuando se constata la amenaza a la paz mundial y se permite desencadenar medidas de castigo, de injerencia humanitaria o de protección de la población civil, aun a costa de escalar peligrosamente el problema?

Sin la legitimación del Consejo de Seguridad y con una opinión pública del 67% contraria a una intervención, el «sheriff» Obama no se atrevió a disparar. Mas, en la reunión anual del G-20 celebrada oportunamente en San Petersburgo, el «zar» Putin le ofreció una buena salida: «Yo me encargo de los arsenales de armas químicas de Siria. Tranquilo, si quieres, di que tu amenaza ha sido fundamental para llegar a un acuerdo». «Ve, después de reunirnos en Ginebra, a contárselo a franceses, ingleses, israelíes y a tus aliados del Golfo. No te metas en líos como en Iraq. Recuerda que eres Nobel de la Paz».

Sobre la escena, no obstante, se mueven otros actores. Israel, que sigue ocupando los Altos del Golán sirios desde su segunda guerra con los árabes, realiza «prudentemente» unos ejercicios con empleo de misiles de alcance medio; a partir del domingo 22, Alemania, discreta y callada hoy porque a las urnas las carga el diablo, puede entrar en escena; y una belicosa Turquía con problemas internos derriba el pasado lunes 16 un helicóptero sirio –un viejo MI-17, una de las joyas de la extinta URSS– acusado de violar su territorio. No obstante, el aparato cae en suelo sirio. O los pilotos eran unos grandes expertos o no se puede precisar quién violó a quién. Turquía no olvida el derribo por parte de las defensas antiaéreas sirias de un F-16 sobre las costas de Lataquia, hecho ocurrido en junio del pasado año.

Mientras tanto, unos jadeantes científicos encabezados por el sueco Ake Sellstrom cuentan en la sede neoyorquina de Naciones Unidas que ciertamente el gas utilizado fue el sarín. Ya lo dijeron hace un mes los Médicos sin Fronteras. En lo que no se ha definido la organización es en decir quién lo utilizó. En un país dividido por la guerra civil, los arsenales quedan también divididos. Por supuesto, la orden de su empleo pudo salir de Damasco –no se ha distinguido Asad por sus sutilezas humanitarias–. Pero a nadie se le oculta que también pudieron ser utilizados por los rebeldes, no sólo como arma letal contra una indefensa población civil, sino como arma psicológica para desprestigiar a Asad y a la vez forzar la intervención de la comunidad internacional.

Una vez más, el juez de paz preventivo, disuasorio, legítimo y respetado que deberían ser las Naciones Unidas ha quedado superado por un acuerdo entre dos grandes potencias. Podrá el lector opinar que ambas han sido superadas en lo económico e incluso en lo militar. Pero aún representan un importantísimo papel de arbitraje en la escena internacional. Ahora hablaremos de la Convención sobre prohibición del uso de armas químicas de 1997 que tampoco han firmado Egipto y Corea del Norte, por ejemplo. Ahora hablaremos de una resolución del Consejo de Seguridad «contundente, coactiva, enérgica y vinculante». Pienso cuando leo estas palabras en todo lo fatuos y cínicos que podemos llegar a ser los humanos. La docena de componentes químicos que intervienen en la composición del sarín proceden de Japón, de Rusia, de EE UU, de Canadá y de los países europeos.

Sobre el escenario sirio, el acuerdo entre un «sheriff» y un zar puede marcar el comienzo de una solución que todos deseamos.