Restringido

El terrorismo y la pobreza

La Razón
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Con motivo del viaje que Su Santidad el Papa Francisco ha realizado a África ha señalado que «el terrorismo nace de la pobreza». Reflexión pronunciada al hilo del salvaje atentado cometido por ciudadanos en su mayoría franceses contra otros ciudadanos también franceses en su mayoría, que disfrutaban de su descanso, de su ocio y de su libertad en restaurantes de París y en una de las salas de conciertos más antigua y emblemática de la ciudad.

Un asesinato salvaje cometido, no en nombre de la pobreza, ni del hambre, ni de la necesidad –alguno de los organizadores y líderes de ese grupo asesino regentaba un bar en una localidad cercana a París–. Un asesinato cometido en el nombre de Alá, y en defensa de un Estado Islámico que vende y ultraja a las mujeres, mata y degüella públicamente a quienes no profesan su fé, trafica y especula con el petróleo y el gas para atentar en Occidente y sojuzgar a todo el que se cruce en su camino.

No es ésta la primera vez que lo hacen, y en todas las ocasiones que lo han hecho –y ya son muchas y en muchos países de nuestro entorno–, nunca han distinguido a ricos de pobres, ni a hombres de mujeres, ni a niños de adultos. Y nunca lo han hecho reivindicando la pobreza ni justificando sus acciones por tal causa. Tan sólo por la guerra contra los que no son musulmanes, contra los que no aceptan sus imposiciones, ni su falta de valores humanos, de igualdad, de libertad.

Los que atentaron en Nueva York contra las Torres Gemelas eran estudiantes y profesionales de gran formación recibida incluso en universidades americanas, que alegaron estas mismas causas. Como así lo hicieron también los que volaron a los maratonianos de Chicago, a los trabajadores de los trenes de cercanías de Madrid, a los viajeros del Metro de Londres, a los periodistas de «Charlie Hebdó», a los pasajeros del avión que volaban a Egipto procedentes de Rusia.

Nadie puede ni debe confundir la pobreza con la guerra encubierta que el Papa ha reconocido hace ya tiempo, y que es donde se enmarcan estas atrocidades que amenazan a nuestras sociedades. Y menos hacerlo en un continente pobre de solemnidad en su inmensa mayoría, donde se concentra un gran número de mujeres, hombres y niños que no tienen qué comer, que padecen todo tipo de enfermedades, de guerras, de miserias, y donde su única aspiración y, por lo que luchan desesperadamente hasta poner temerariamente en riesgo su vida y la de su familia, es por salir de ese territorio y llegar a la tierra de promisión, a los países desarrollados donde poder salir de esa miseria y donde poder encontrar una oportunidad personal y laboral que le permita a él y a los suyos salir de dicha situación.

Esa inmensa mayoría que pasa hambre y que es pobre de solemnidad ni quiere, ni busca el terror que sólo destruye aquello a lo que aspiran, un mundo mejor. Y la inmensa mayoría de los que hasta nosotros han llegado así lo demuestra desde hace ya años. Como también lo hacen los que en muchos sitios del mundo siguen padeciendo esa terrible lacra.

Identificar o dar a entender que detrás de cada pobre de solemnidad hay un potencial terrorista es una barbaridad que estoy seguro no estaba en la intención del Papa al pronunciar estas palabras. Ni el hambre ni la injusticia en el mundo justifican el asesinato de personas inocentes. Y quien más debe defenderlo es la Iglesia católica.

Es ella y los valores del humanismo cristiano quienes han llevado al desarrollo y a las libertades de las sociedades modernas y avanzadas lo que quieren destruir estos terroristas, ricos o pobres, por motivos puramente religiosos. Y nosotros no podemos equivocarnos en eso, y mucho menos el Papa y en África.

El hambre en el mundo es una lacra incomprensible en pleno siglo XXI, donde el grado de desarrollo económico, tecnológico y sanitario que ha alcanzado la humanidad es, sin duda, el más avanzado de la historia, y las previsiones de crecimiento para el futuro son también crecientes en todos esos ámbitos.

Al igual que ocurre en otros asuntos de gran trascendencia para la humanidad como el cambio climático, la criminalidad internacional, la amenaza terrorista, la guerra soterrada religiosa-cultural... la solución pasa por un acuerdo con compromisos efectivos de los países desarrollados, especialmente los más grandes, para ayudar a los países pobres a crecer y desarrollarse por sí mismos y ofrecer oportunidades a sus ciudadanos de manera que no tengan necesidad de buscar fuera de sus países lo que no pueden encontrar en los propios. En definitiva, enseñarles a pescar, no darles peces. Con ello ganaremos todos y no tendremos que avergonzarnos de la miseria que hoy siguen pasando muchas personas en el mundo.