Alfonso Ussía
El vaso de agua
Se ha clausurado ARCO. Una gran feria con tantos artistas como estafadores. En la estafa cultural colaboran marchantes, galerías y muchos majaderos con dinero que se dejan intimidar socialmente por las vanguardias delincuentes. Impera el esnobismo. Guardo en la memoria la imagen de los Reyes. Se hallan ante un lienzo de grandes dimensiones pintado, sin matiz alguno, de rojo. Caen al suelo resbalando por la tela restos de la pintura sobrante. Pero lo divertido es que también aparece el autor del bodrio explicando a los Reyes, muy serio él, los pormenores de su obra inmortal. La vendió, como era de esperar, por centenares de miles de euros.
El arte se ha convertido en un negocio. Un negocio digno cuando hay arte que negociar, y una estafa monumental cuando predomina la impostura. En menor grado, sucede también con las pasarelas, donde triunfan los diseños creados para la mujer por hombres a los que no gustan las mujeres. Una contradicción. Pero no hay estafa, sino confusión, que es harto diferente. En el negocio del arte que no es arte sino esnobismo, la protagonista fundamental es la inseguridad social. O la simple majadería, que también abunda. Es una habilísima trampa que termina con frecuencia bien para los estafadores y muy mal para el comprador o coleccionista, que se conmueve por su ridículo cuando ya es tarde. Aquí no se trata en elegir a Picasso o a Modigliani, a Zobel en perjuicio del calcetín de Tapies. Aquí se desprecia al mejor pintor de España, el barcelonés Augusto Ferrer Dalmau, y se aprecia a un golfo que expone un vaso de cristal medio lleno de agua. No es un vaso de su diseño. Es un vaso de los que se venden a dos euros en paquetes de seis recipientes. Un vaso cualquiera con la mitad de su capacidad llena de agua y la otra mitad vacía. Y entra la colaboradora de la estafa. Su galería de arte.
El vaso medio lleno ha sido tasado en 20.000 euros. Un periodista pregunta a la vanguardista representante del presumible genio. –Si yo compro un vaso similar y le echo la misma cantidad de agua -¿valdría mi vaso veinte mil euros?–; la representante sonríe con suficiencia. –No, no valdría nada porque sería una burda imitación–.
Ignoro si el vaso de cristal medio lleno de agua se ha vendido. Y prefiero ignorarlo.
Creo que fue el duque de Edimburgo durante la inauguración de la exposición de un valorado farsante. «Sus obras son muy interesantes. Y además, se pueden distinguir perfectamente sus pinturas de sus esculturas. Si cuelgan de la pared, son pinturas; si se puede caminar a su alrededor, son esculturas. Fíjese en esa especialmente. Parece algo para colgar toallas». Picasso lo explicó con agudeza. «Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta».
Estamos hablando de dibujar, de trazar, de pintar. No de medio llenar de agua un vaso recién comprado en la última rebaja de vasos. Creo que en ARCO no se echaría de más un comité que resolviera la diferencia que existe entre una obra de arte vanguardista y un intento de estafa a los tontos que visitan ARCO. La marchante o galerista de ese chico se sentía feliz porque sus obras están muy solicitadas. Enhorabuena. El arte, efectivamente, es la interpretación de un trabajo artístico. Me considero incapaz, incluso, de pintar como Tapies. Pero lo del vaso es una estafa amparada por el prestigio de una feria de Arte de considerable envergadura e influencia.
No sólo el autor es culpable de la estafa. Esos veinte mil euros se acomodan en diferentes bolsillos. Si no se reparte, el arte no se reconoce. Pandilla de farsantes.
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