Restringido
El viacrucis de Andalucía
Salen las Dolorosas y los Cristos a la calle. Suenan las saetas en medio de la noche cálida y serena. Una muchedumbre de curiosos, devotos y turistas contemplan el paso solemne, acompasado, de las procesiones. La concurrencia está en alza de año en año. La Semana Santa en Andalucía es un espectáculo emocionante, único, cargado de barroca vistosidad. Bajo las coloridas, exhuberantes y alegres apariencias discurre el quejido de un pueblo y la exhibición de su religiosidad cristiana reconquistada tras siglos de ocupación. Esto contrasta con la campaña de los activistas despistados del laicismo que pretenden descristianizar a estas alturas la Mezquita-Catedral de Córdoba, esa joya de la humanidad. Es sólo un síntoma, pero cargado de simbolismo. Y el florido y luminoso paso de las procesiones no puede ocultar el viacrucis silencioso del pueblo andaluz. La noticia de que Andalucía, una región potencialmente próspera, encabeza, con el 36,3 por ciento, la tasa de paro más alta de Europa –diez veces más que las principales regiones alemanas– indica que algo se está haciendo mal.
Llega la hora de que alguien responda por este tremendo drama humano y por semejante desbarajuste, ahora que empieza la campaña europea. ¡Europa, tan cerca y tan lejos de estas luminosas, alegres y sufridas tierras del Sur!
Sin ir tan lejos, los desequilibrios de las regiones españoles –de renta, de empleo y también demográficos– deberían ser motivo principal de preocupación de los Gobiernos en Bruselas y en Madrid y entre las autoridades de las distintas comunidades autónomas.
Urge un ambicioso plan bien meditado que establezca los equilibrios necesarios y que fije unos plazos de ejecución con un presupuesto adecuado.
El caso de Andalucía, que encabeza este deshonroso ranking europeo, merece especial consideración. Algo está fallando. Los sucesivos gobiernos de izquierda, que han considerado esta comunidad como su feudo y no han soltado la presa desde la llegada de la democracia, deben admitir que han fracasado objetivamente a juzgar por los resultados.
Se han convertido en los nuevos señoritos, tan denigrados. El mal ejemplo andaluz da sólidos argumentos a la derecha en cualquier contienda electoral. No es que todo sea culpa del Gobierno de Andalucía, pero ahora está saliendo a flote la sórdida resaca del mal gobierno. Parecen algo más que corruptelas. Podría interpretarse que estamos ante una forma de hacer política basada en los trapicheos, las mamandurrias y las subvenciones.
Todo menos confiar en la fuerza del trabajo bien hecho, en la honradez y en el impulso a la sociedad civil. La economía subvencionada se convierte habitualmente en la mala hierba en el campo del progreso. Al caso de los ERE, ya de por sí preocupante, se une ahora el del fraude de los fondos de formación, y lo que te rondaré, morena. Esto hace que se propague la imagen caricaturesca del fino y el langostino, de los trileros de la calle Sierpes, de la holganza subvencionada bajo la capa de los trabajos comunitarios, de los fondos de formación que caen en bolsillos sin fondo, y así sucesivamente.
Y para hacer frente al desbarajuste, un Gobierno de pandereta, en crisis, encabezado por una voluntariosa presidenta de Andalucía, Susana Díez, en manos de los viejos camaradas comunistas, que siguen confundiendo el culo con las témporas. Este es el viacrucis silencioso de Andalucía mientras brillan en sus concurridas calles las hermosas procesiones de la Semana Santa.
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