Enrique López
El viaje a ninguna parte
En esto se está convirtiendo el proceso de Cataluña, y por lo que se puede observar, recientemente palmeado por algunos que, sin participar del mismo, como si se tratase de una etapa ciclista brindan aplausos y ofrecen víveres. Todo un de-satino, que, si no fuera por lo que está en juego, podría formar parte del guión de la novela de Fernán Gómez. Parece que está llegando el epílogo o acto final de esta tragicomedia a la que la inmensa mayoría de españoles asistimos como público obligado. Según algunos se producirá un choque de trenes, expresión que ni define, ni tan siquiera describe el problema. No existen dos trenes que circulan en dirección contraria, estamos ante un mismo tren, en el que algunos intentan desenganchar un vagón, y otros les prestan ayuda creyendo que así pueden cambiar de vía; pero la realidad es que esta vía ni tiene raíles ni traviesas, tan solo es una imaginaria senda por definir. Hace poco escribía sobre qué pensaría Azaña si hubiera asistido a este espectáculo, y no me cabe duda de que le abrumaría la misma zozobra que sufrió con el golpe de Estado de Companys. En cualquier caso, ha llegado el momento definitivo, el momento en el que los que quieren desenganchar el vagón pueden pasar de los anuncios y palabras a los actos y hechos, y esto obliga sin duda alguna a utilizar todos los medios legales que nuestro ordenamiento jurídico ofrece para el mantenimiento del orden constitucional. Cuando se está del lado de la ley se es más fuerte y se tiene la razón, constituye una realidad incuestionable. Ante ello, no caben dudas ni posturas vacilantes, y mucho menos equidistantes, como si se tratase del encuentro entre dos intereses enfrentados; en este tipo de episodios no cabe soplar y sorber a la vez, o una cosa o la otra, o se está en la defensa de la Constitución o contra la misma. Una Constitución es al ordenamiento jurídico lo que el imperativo categórico es a la moral según Kant, una proposición que declara a una acción (o inacción) como necesaria. Los verdaderos demócratas son los que creen en la democracia y en la ley, sin la cual no hay democracia, y así los que creen en un pretendido derecho a la autodeterminación de una parte de España, lo deben defender en la Comisión Constitucional del Congreso proponiendo una reforma constitucional en tal sentido, y finalmente pedir el refrendo del Pueblo Español, el cual, no puede ser troceado a capricho. En nuestra Carta Magna se encuentra definido nuestro modelo de Estado y el sujeto político en el que reside la soberanía popular, y el que quiera otro modelo es libre de su proposición, pero ello, a través del procedimiento establecido y cumpliendo las reglas del juego democrático sancionadas en la propia Constitución. Llegado este momento, además de esperar que la ley se cumpla, también es de esperar que desaparezca la soberbia y arrogancia de algunos responsables políticos, puesto que como decía San Agustín «la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano».
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