Cristina López Schlichting
Elfriede Schadow
Su pequeño piso de Berlín, atestado de puntillas y recuerdos, podría ser el de cualquier anciana de Occidente. Pero Elfriede es distinta porque ha sido sucesivamente polaca, alemana, comunista, capitalista y ciudadana europea. «¿Quién lo diría, verdad?» –sonríe– «pues no me ha servido de nada. Yo sigo igual, ahorrando cada céntimo para ver si llego a fin de mes». Nació en 1936 en un pueblo de la Alta Silesia, secularmente disputada por Alemania y Polonia y que Hitler se anexionó. Tenía ocho años cuando el Ejército Rojo conquistó la zona, entre febrero y marzo de 1945. «La gente salió huyendo. Nos llevaron en trenes hacia el Oeste, amontonados como animales. Dejamos todo atrás, en nuestra granja». Los que se quedaron no cuentan cosas bonitas de los rusos, que violaron mujeres de todas las edades. Muchas personas desconocen quién fue su padre. En Erfurt, su nuevo destino, los padres de Elfriede explicaban que eran alemanes, «pero nos llamaban polacos». En 1949 descubrieron que ni siquiera Alemania era unívoca. Parte de la familia se había aposentado en Frankfurt del Main, que pasó a ser ciudad de la RFA; la otra parte, en Erfurt, quedó en la RDA. Una multitud de refugiados fue emigrando del lado comunista al capitalista, hasta que los dirigentes soviéticos se hartaron y levantaron un muro en Berlín, que primero fue de alambre y luego de hormigón. «Nos quedamos sin poder visitarnos unos a otros». Elfriede tenía 25 años y el mismo puesto de trabajo con el que se jubilaría: 500 euros al mes. Cinco mil personas intentaron cruzar el Muro, 3000 fueron detenidas y 100 murieron. En 1989 se abrieron las fronteras y en 1991 las dos Alemanias se unificaron. La señora Schadow obtuvo un flamante pasaporte europeo y pasó a la economía de mercado. Su pueblo, como la mayor parte de Silesia y Pomerania, siguió siendo polaco, de modo que se apuntó a una excursión para visitar la que fuera su granja. «Había un señor viviendo allí. Agitó las manos con enfado. Creo que temía nuestra visita, tal vez pensaba que le íbamos a quitar la casa. Estaba todo limpio y cuidado, eso me gustó». «¿Volvería?», le pregunto, «¡Oh, no, ¿adónde irían entonces esos pobres ciudadanos polacos? No, no, basta». Ayer se cumplió un nuevo aniversario de la caída del Muro de Berlín. La vida de Elfriede Schadow testimonia la relatividad de las identidades nacionales, la profundidad de las cicatrices de Europa y lo absolutamente tontos que podemos llegar a ser los seres humanos.
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