Arte, Cultura y Espectáculos
Elogio del libro
Es bien sabido, aunque pocas veces recordado, que Cervantes inició su Don Quijote con estas palabras: «Desocupado lector». Así aparecen en el Prólogo de la inmortal obra y así han de ser tomadas como la necesaria actitud de quien quiere experimentar el placer de leer un libro, cualquier libro. Pues, en efecto, si se desean absorber las vidas y conocimientos que el libro acarrea en sus palabras, el lector ha de estar desocupado, vacío de esas prisas y prejuicios que enturbian la lectura y el pensamiento.
Y sin embargo, los lectores desocupados abundan cada vez menos. En este mundo invadido de electrónica parecería como si todo hubiera de caber en un bit, como si la información o las ideas fueran mejores cuanto más comprimidas, porque tenemos prisa y es preciso transitar de una cosa a otra sin solución de continuidad. La vida actual es cada vez más eso: un titular es bastante, lo mismo que un tuit o un total en imágenes. Y la vida se vacía del pensamiento y la experiencia que, por el contrario, aparecen sinuosas, pausadas, sobrias en el curso de la lectura de un libro.
Aprendí una vez, leyendo a Carl Sagan, que «los libros lo cambiaron todo» porque su mera existencia nos permitió conocer nuestro pasado, nos transmitió la sabiduría de los grandes maestros que en la humanidad han sido y nos dieron las palabras que nos permiten entender el mundo. Y ello nos ha hecho más libres cuanto más leemos. Se lo recuerdo, año tras año, a mis alumnos: lo que no está en las novelas no está en el mundo. Y por eso les digo que para saber economía, como para cualquier otra ciencia, hay que asomarse a la literatura; y hay que hacerlo con intensidad, con pasión, porque los manuales esos en los que los profesores apoyamos nuestras clases, llenos de gráficos y ecuaciones, no son bastante.
Hemos de elogiar los libros. Esos que, cuando los tenemos en nuestras manos o cuando vemos asomar sus páginas en una pantalla, nos invitan a la lectura con apasionamiento, como a aquel «hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor» que biografía Cervantes, aun cuando corramos el riesgo de perder el juicio, pues entonces iremos, igual que él, en busca de aventuras «para el aumento de (nuestra) honra (y) el servicio de (nuestra) república». Fue el siciliano Leonardo Sciascia quien escribió que «el Quijote es un libro que da un gozo particular, ... el que inexorablemente dan todos los grandes libros». Por eso hemos de descubrirlos, no basta que nos hablen de ellos o que, en casa o en la escuela, nos obliguen a leerlos cuando aún no nos hemos desocupado suficientemente ni estamos en disposición de experimentar la fascinación de su lectura. Leer con tedio constituye una tortura, pero leer con fervor, apreciando cómo se deslizan las palabras una tras otra mientras construyen una historia, enardece. Hagamos entonces de los libros el regalo de nuestra dicha.
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