María José Navarro
Equidistancia
Me decía el otro día José Antonio Araquistáin (periodista magnífico y amigo maravilloso) que tenía dudas sobre si la propuesta de Ciudadanos de equiparar las penas por violencia de género era bueno o malo. «Necesito argumentos para que me puedan convencer de que la discriminación es necesaria». No ayuda el término discriminación, ésa es la verdad, y a él se agarran todos los que, de serie, prefieren pasar por cabales y llamarnos a las demás «feministas de izquierda radical» mientras apoyan otras discriminaciones en la ley, véase las referidas al terrorismo. Equiparar es el primer paso para negar la realidad, para difuminarla, para enterrarla, para fomentar su desconocimiento. La equidistancia que tanto han criticado los que ahora prefieren la zona de los grises. Seguramente todas las guerras son malas, todos los accidentes de tráfico son fatales y todas las muertes sean terribles, pero igualarlas no conduce más que a ocultar una realidad concreta, con unas características y causas muy concretas, con unas particularidades específicas. Todas las violencias son malas, sí, pero ésta tiene su propia personalidad y se llama de género. No es verdad que haya muchas denuncias falsas, no es cierto que sean muchas las mujeres que maltratan a sus parejas. Lo que hay todos los años son casi setenta mujeres muertas. Mujeres. No es igual ser hombre que ser mujer en ninguna cultura, tampoco en la nuestra. No lo es. Tratar de obviar que el ochenta por ciento de las mujeres muertas no denunció, que el mismo porcentaje es el de mujeres que callan, y que el veinte por ciento de las mujeres asesinadas, a pesar de denunciar, no obtuvieron la protección suficiente es dar la espalda a una realidad tozuda que necesita de medidas drásticas, duras, ejemplarizantes. Si no, conseguiremos que todas las violencias sean un magma sin análisis. ¿Es eso mejor para los hombres? ¿De verdad? Hay algunos que sólo se quejan cuando las medidas afectan a los tíos. Que se lo hagan mirar.
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