Julián Redondo

Escándalo

La Razón
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Dejó escrito Ana María Matute que «la inocencia es un lujo que uno no se puede permitir y del que te quieren despertar a bofetadas». Hablaba de ella, de que nunca se había desprendido de la infancia, «y eso se paga caro». Según creces, o espabilas o te espabilan; pero hay formas de aprender, de absorber las enseñanzas y de avanzar en la vida sin necesidad de que el preceptor te traumatice, en las aulas o en el gimnasio. Hay que ser mezquino, sinvergüenza, canalla y ruin para, desde el principio de autoridad y de la confianza depositada, abusar del inocente y violar la inocencia. Hay sujetos así.

Me habían contado que el decatleta y subcampeón olímpico en Barcelona Antonio Peñalver tuvo que sentarse hace ya tiempo en el diván para superar un trauma que le dejó malherido. El entrenador que le ayudó a conquistar la plata en 1992 abusó de él cuando apenas tenía 14 años. Los hechos se repitieron durante meses. Antonio corría, lanzaba y saltaba, huía del monstruo que aprovechaba la mínima ocasión para tenderle una celada, para cercar al pupilo, que no fue ni uno ni dos, que ya hay por lo menos media docena de denuncias contra el sujeto, alguna como la de Peñalver por actos ya prescritos.

Al estallar el escándalo, le pregunté por lo que estaba sucediendo y por su antiguo entrenador: «Que investiguen. Que sigan investigando». Él no dijo más, le noté afectado y opté por no hurgar en la herida y evité preguntarle si él también había sufrido abusos sexuales de Miguel Ángel Millán, como me habían comentado. «Que investiguen», ruego y plegaria para descubrir ahora lo que durante años permaneció oculto para no destapar un escándalo en torno a una presea olímpica, obtenida después de que alguien sin escrúpulos mancillara para siempre la inocencia.