Rosetta Forner
Escuela de emociones
Cuando el cuerpo refleja lo qué pasa en la mente hablamos del factor psicosomático. Un dolor de espalda puede deberse a la ansiedad y no a ningún problema estructural de la misma. Cuando alguien -de cualquier edad-, se siente muy presionado por el entorno o interioriza mal su propio nivel de exigencia, su cuerpo le dolerá tratando de avisarle de qué algo se «está gestionando mal». Los niños actuales viven sometidos a un exceso de actividades sin tiempo para jugar ni esparcirse -su agenda escolar parece la de un ministro-, y con pocas oportunidades para desarrollar su creatividad y singularidad. Se ven obligados a ser pequeños triunfadores en lugar de experimentadores, a satisfacer las expectativas de sus padres y maestros, y todo ello les provoca mucho estrés. Tampoco ayuda que, en la escuela, no sepan manejar diferentes «personalidades emocionales». Según la PNL (Programación Neurolingüística), existen tres sistemas representativos (cómo el individuo se relaciona con la realidad, la almacena y gestiona): visual -se representan la realidad en imágenes-, auditivo -sonidos-, y kinestésico -sensaciones-. Al ser la enseñanza preferentemente visual y auditiva, los kinestésicos -que tienen que practicar para entender, por ejemplo, un problema de matemáticas-, pueden pasar por tontos cuando el sistema representativo no es la inteligencia, sólo es el cómo organizamos nuestro archivo interior. Como «coach-PNL» sé que las emociones contienen la clave para sanar el síntoma (suspenso, ansiedad, falta de atención en clase...). En la «escuela de emociones» podríamos aprender a gestionar el cómo relacionarnos con las exigencias del entorno, ser asertivos (poner límites, hacer preguntas en clase, no permitir que nos antipiropeen...), y sacarle partido a nuestro «libro de instrucciones». Si enseñáramos a los niños a ser felices, geniales y singulares, si les animásemos a jugar y a ser niños, si se tuvieran en cuenta las peculiaridades de cada uno, el fracaso escolar se acabaría.
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