Déficit público

Ese oscuro objeto de deseo

Son pocos los grados de libertad que tiene el Gobierno desde la firma, hace ya algo más de un año, del memorando de entendimiento para el rescate del sector financiero, lo que ha quedado plasmado en los Presupuestos Generales del Estado presentados esta semana, en una línea absolutamente continuista respecto a los Presupuestos de este año. Es decir, más de lo mismo, tanto en una austeridad obligada como en las contradicciones que siempre aparecen cuando se enfrentan el deseo y la realidad.

Una de las mayores contradicciones que se reflejan es la que hace referencia a una caída del desempleo, aunque sea la casi simbólica cantidad del 0,7%, con un incremento del 10,3% de las prestaciones por desempleo, máxime si tenemos en cuenta que estas son decrecientes con el tiempo y que los que buscan su primer empleo, colectivo que más crece, no cobran prestación alguna. En realidad, si tenemos en cuenta el éxodo que se está produciendo en nuestro país, y no sólo con los más de cinco millones de inmigrantes que llegamos a tener, que ahora están volviendo a sus países ante las mayores perspectivas laborales que en estos momentos encuentran allí, sino el de los ejércitos de nacionales españoles que se distribuyen entre Europa y Latinoamérica, no es difícil creer que se produzca una caída del paro bastante mayor de la prevista por estos Presupuestos. El problema es lo que vaya a pasar con las afiliaciones a la Seguridad Social, es decir con la creación de empleo neta, y no con el paro el cual depende también de la evolución de la población activa.

Otra de las contradicciones de bulto en los Presupuestos es el incremento previsto por IVA en un 2,7%, con una caída de la demanda interna en el cuadro macro adjunto del -0,4% y el anuncio de no subida de impuestos. Por más que suban las exportaciones, que me expliquen cómo sube la recaudación del IVA, cuando estas últimas no están gravadas por ese impuesto.

Poner prácticamente todos los huevos en la cesta de las exportaciones corre el peligro de la dependencia respecto a la evolución de otras economías y no de la nuestra, lo que supone un fuerte grado de incertidumbre al no haber ninguna variable de control al respecto. Del mismo modo, presumir de un histórico superávit por cuenta corriente del 3,4% es no entender que lo que se está produciendo es una devolución de la deuda exterior, que produce un déficit por cuenta de capitales, que tiene su reflejo en el superávit por cuenta corriente, donde la variable principal de ajuste es la caída de las importaciones.

Si a esto le añadimos el sudoku de que el cuadro macro contempla una subida de la inversión y el consumo de sólo el 0,2%, con una nueva caída del gasto público, y una creación de empleo con tasas de crecimiento del PIB inferiores al 1% – histórico en una economía que siempre ha necesitado crecimientos por encima del 2% para crear empleo neto–, el conflicto interno del ministro de Hacienda no ha hecho más que empezar.

Pensar que la recaudación por el Impuesto de Sociedades vaya a subir en un 5,6%, cuando las empresas lastran pérdidas de años anteriores que pueden repercutir en los siguientes 15 años, por más que hayan eliminado las deducciones, o que la recaudación por IRPF se incremente un 1,7% en medio de un proceso generalizado de reducción salarial pactada en muchas empresas o expedientes de regulación de empleo que llevan a trabajos parciales, se encuentra más cerca del deseo que de la realidad.

El optimismo a un gobierno se le presupone, como el valor al ejército, sobre todo si tenemos en cuenta la importancia de las expectativas en una economía. Pero cuadrar estos presupuestos para cerrar con un déficit presupuestario del 5,8% fijado como objetivo, algo a lo que nos van a obligar desde la Unión Europea, me temo que terminará con una nueva vuelta de tuerca de los impuestos.