Juan Ramón Rallo
España necesita más ricos
Esta semana, Amancio Ortega se convirtió durante unas horas en la persona más rica del mundo: la empresa que fundó en los años 60 alcanzó en bolsa su máximo valor histórico, colocando a su creador a la cabeza de la lista Forbes. Nunca antes un español había alcanzado semejante posición, y mucho menos por haber constituido desde la nada, sin privilegios políticos de ningún tipo, una compañía que diariamente satisface las necesidades básicas de millones de personas por todo el planeta. Ortega es un ejemplo de persona humilde que prospera creando riqueza y no recibiendo favores o transferencias del poder político a costa del resto de la sociedad.
Pese a ello, han sido muchos quienes han criticado a este gallego por haberse vuelto «demasiado rico»: un vituperio que acaso no sorprenda desde ciertos ámbitos del populismo español, que pretenden alcanzar el poder jugando la baza del revanchismo social antirricos. Más sorprendente, eso sí, es que desde Ciudadanos también se hallan deslizado críticas contra Ortega por ser un rico insuficientemente comprometido con la sociedad. Así, el asesor económico de esa formación política, Luis Garicano, afeó al dueño de Inditex que, por mucho que su dinero estuviera «muy bien ganado y merecido», acaso «¿no valdría la pena hacer algo con él?». En este sentido, Garicano comparó los magros 82 millones de euros de capital de la Fundación Amancio Ortega con los 41.000 millones de euros de capital de la Fundación Bill y Melinda Gates. ¿Acaso no debería el Sr. Ortega seguir su ejemplo?
No tengo nada contra aquellas personas que, como Luis Garicano, reconocen la licitud de la riqueza ajena pero creen que los ricos deberían ser más generosos para con el resto de la sociedad. Mientras no pretendan dar el salto desde la obligación moral (donaciones voluntarias) a la obligación legal (impuestos), que cada cual piense lo que quiera. Ahora bien, aun así, el reproche de Garicano a Ortega es problemático por tres razones.
La primera es que Ciudadanos aspira a controlar el Boletín Oficial del Estado a partir del 20 de diciembre, y en tal caso las fronteras entre la obligación moral y la legal comienzan a difuminarse inquietantemente: ¿me está pidiendo que sea generoso o me lo está exigiendo con una amenaza velada? La segunda, que ese mismo reproche contra Ortega podría dirigirse contra el ciudadano medio español, menos generoso que el estadounidense medio: sin embargo, extrañamente Garicano no lo hace. Y tercero, es falso que Amancio Ortega no esté haciendo nada con su capital: su patrimonio está esencialmente invertido en Inditex, una empresa que continúa multiplicando la cantidad de bienes y servicios que produce a bajos precios para satisfacer las necesidades de vestimenta del resto de la población.
Los partidos políticos no sólo deberían aspirar a alcanzar el poder, sino también a hacer pedagogía entre la población acerca de cuáles son los valores que permiten estructurar una sociedad cohesionada y próspera. En este caso, Ciudadanos está espoleando valores tan disfuncionales como el resentimiento contra el rico patrio, avaricioso e insolidario por naturaleza. No es eso: España –y también el mundo– necesita muchos más personas ricas como Amancio Ortega, donen o no la mayor parte de su fortuna a causas benéficas. A la postre, el principal servicio comunitario que prestan es el de haber creado empresas exitosas que satisfacen mejor que nadie las necesidades básicas de los ciudadanos.
El sablazo
Pedro Sánchez ha prometido mantener el apoyo estatal a la minería de carbón si resulta elegido presidente. España es el país de la UE donde más ha aumentado el precio de la luz desde 2008, y lo ha hecho por haber añadido a la factura eléctrica el coste de muy diversos caprichos políticos: por ejemplo, las ayudas a las renovables o, en este caso, al carbón nacional. No deja de ser esquizofrénico que el mismo partido que encarece la luz apoyando a las renovables con el pretexto de reducir la contaminación prometa subvencionar al carbón pese a ser altamente contaminante.
La oportunidad
En un reciente informe, la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC) ha reclamado una amplia liberalización del sector de las farmacias españolas para permitir una más intensa competencia entre ellas, que redunde en un mejor servicio para el paciente. La mayoría de recomendaciones sobre incrementar la libertad farmacéutica están bien orientadas: ahora sólo queda que el Gobierno de turno atienda a las recomendaciones del organismo supervisor y regilador y no ceda, como ha sucedido históricamente, a las interesadas presiones del lobby farmacéutico.
El dato
La última Encuesta de Población Activa ha dejado un sabor agridulce. Por un lado, el número de personas ocupadas (y el número de horas trabajadas) en el tercer trimestre de 2015 fue inferior al registrado en el tercer trimestre de 2011. Por otro, el ritmo de creación de empleo resulta mucho más intenso hoy que entonces: de una destrucción anual de 350.000 empleos hemos pasado a una creación de 550.000. Pero si aspiramos a que este ritmo de generación de empleo mejore, debemos proceder a liberalizar con valentía nuestro hiperregulado modelo de relaciones laborales.
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