Ely del Valle
Espía, que algo queda
Decía Graham Greene que espiar es una profesión extraña. Se nota que murió hace 22 años y, sobre todo, que no vivía en España. Aquí los políticos con vocación de garganta profunda son más abundantes que las amapolas en mayo y, curiosamente, todos acuden a los ubicuos micrófonos de la agencia Método 3.
Su último cliente conocido es, presuntamente, Germá Gordó, consejero de Justicia de la Generalitat catalana y uno de los más fieles escuderos de Artur Mas, al que ya se relacionó con el espionaje en 2009 al entonces consejero de Empresa y Empleo por encargo de un alto cargo de Convergència. La cosa, por lo visto es vocacional... o empresarial, porque aquella vigilancia también le fue encomendada, qué casualidad, a Método 3, que está claro que no hace ascos a ningún palo cuando se trata de amañar floreros.
La noticia de que Gordó pudo haber encargado una sesión de espionaje a Ana Botella tras la tragedia del Madrid Arena vuelve a poner sobre el tapete la escasa talla moral y ética de algunos políticos dispuestos a todo no sabemos muy bien para qué, aunque nos tememos lo peor.
De momento lo que hay que preguntarse es qué pretendía hacer Gordó con la información obtenida, si fue idea propia o lo hizo por orden de otros, quién pagó el «trabajo» y, sobre todo, cómo es posible que todos los aspirantes a Anacleto de este país le sigan confiando estos chanchullos a una agencia cuyos encargos siempre terminan apareciendo en titulares. Si la información que hoy ofrece en exclusiva LA RAZÓN se confirma, cosa de la que no me cabe la menor duda, a Gordó tendrían que caérsele el pelo y el cargo, por este orden; sin embargo, ya verán cómo los mismos que ayer bramaban contra Obama hoy silban mirando hacia otro lado. Y si no, al tiempo.
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