Joaquín Marco
Espionaje global
La globalización es el signo de nuestro tiempo para lo bueno y para lo malo. No podemos escapar de ella, como tampoco podemos evadirnos de los nuevos medios de comunicación. En una sociedad donde se valora el individualismo y cada quien anda a su aire, no deja de ser contradictorio que estemos abocados a una utopía del pasado siglo convertida en abrumadora realidad. El Gran Ojo que todo lo observa constituye ahora un sistema complejo en el que participan varias naciones y que hoy está regido por el país que detenta la tecnología más avanzada y los centros neurálgicos situados en diversas zonas del planeta. Todos somos controlados, pero hasta que Edward Snowden –para unos un traidor y para otros un héroe–, no denuncia las escuchas masivas e individualizadas, el control de las llamadas y la filtración de informaciones no se produce el gran revuelo, atajado en escasos días. El mundo del espionaje ya no es lo que fue. Lo anticipó John Le Carré, cuando sus héroes se convertían en grises funcionarios añorando tiempos más heroicos. No es que el espía tradicional haya desaparecido. Más de uno se está jugando la vida en estos momentos para obtener desconocidas y valiosas informaciones. Pero lo que el novelista no hubiera podido nunca imaginar es el barrido de conversaciones telefónicas y por internet, la capacidad de obtener, a través de un repertorio de palabras clave, la detección de ciertas informaciones relevantes logradas casi al azar. Sería una ingenuidad pensar que éstas se limitan exclusivamente al control del terrorismo, aunque a ello se dediquen los mayores esfuerzos para evitar que determinadas células se conviertan en un peligro ciudadano en los países occidentales.
En un artículo-manifiesto publicado la pasada semana en «Der Spiegel», el ex colaborador de la CIA, de la DIA (Agencia de Inteligencia de Defensa) y de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) consideraba que los programas de espionaje «son una amenaza no sólo para la esfera privada, sino también para la libertad de expresión». Con sus guiños a la RFA, denunciando el espionaje a Angela Merkel por su aliado estadounidense, debilitó las relaciones entre ambos países. Las vestiduras rasgadas y el escándalo que se produjo en algunas cancillerías no era otra cosa que un espectáculo de cara a la galería. Pero para Obama no representó un gran problema. Se desvinculó de inmediato de cualquier responsabilidad directa.
El pueblo estadounidense no vio tampoco con malos ojos estas operaciones que resguardan su seguridad. No van a restarle muchos votos, antes al contrario. Pero cada país tiene sus áreas de interés y la política no se rige por cuestiones morales, sino por intereses. Esta visión subterránea, el reverso de la imagen que se nos ofrece, no deja de ser un observatorio de alcantarillas. Pero ¿qué Estado no posee las suyas? Ciertamente el control de los individuos choca con determinadas libertades. Lo que ocurre, por otra parte, es que los nuevos medios permiten una acción discreta y masiva.
En España, por ejemplo, un magistrado debe autorizar las escuchas y las entregas de metadatos a la NSA. Pero, según revelaciones, entre diciembre de 2012 y enero de 2013 se rastrearon 60,5 millones de comunicaciones. Se solicitó una explicación al embajador de los EE UU, aunque el tema ha pasado de refilón y nuestros políticos tampoco se han escandalizado en demasía. En Gran Bretaña, sin embargo, Andrew Parker, del MI5, la prestigiosa agencia de seguridad y contrainteligencia, aseguró que las revelaciones «han sido muy útiles para los terroristas» y con estas afirmaciones provocó un enfrentamiento entre David Cameron, que llegó a amenazar al periódico «The Guardian», y Boris Johnson, su adversario y también conservador, que consideró que «el público merece saber».
El mundo es mejor si los gobiernos están sometidos al malvado escrutinio y salen a la luz pública hechos destacados e interesantes sobre el espionaje». Pero tampoco los «tories» se han fracturado por las revelaciones de un periódico que, de hecho, reveló muy poco de los resultados logrados con los nuevos equipos. Pese a sus reticencias, como aseguran sus financieros, a Gran Bretaña le conviene estar en el ámbito del euro y compartir también algunas de sus preocupaciones. Los rastreadores no se limitan a la búsqueda de datos que afectan a la lucha antiterrorista. Los intereses de las naciones son múltiples y si es posible descubrir las jugadas no sólo de los potenciales enemigos, sino anticiparse a las de los amigos, ¿por qué no hacerlo?
Las agencias de información estadounidenses son, a menudo, privadas y actúan casi libremente, aunque entreguen los informes de sus pesquisas al Gobierno. En pocos años, la capacidad de descubrir las jugadas de los contrarios se ha multiplicado casi hasta el infinito. Observado desde el aire por los satélites, nuestro mundo se caracteriza por los efectos globales que interactúan. La economía es global y hasta el mundo de la información no conoce fronteras. Podemos saber lo que sucede a miles de kilómetros y hasta verlo o interactuar. Las noticias no son un problema. Cada individuo con su teléfono móvil puede convertirse en un enviado especial al más remoto de los lugares. Vivimos controlados, porque hemos aceptado de buen grado la globalización. No debe extrañarnos, pues, que las libertades se muevan en un estrecho territorio. Lo que falta en estas democracias perfectibles son normas, reglas universales que protejan nada menos que nuestra privacidad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar