Historia

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La Razón
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Si hay un lugar en el mundo que recoge como pocos la maldad del ser humano, ése es Auschwitz. Hay otros muchos, quizá más desconocidos por el gran público, pero no por ellos menos dantescos, como puede serlo cualquier gulag de Kolymá o la denominada Carretera de los huesos en Siberia, entre las ciudades de Magadán y Yakutsk, una autopista de más de 2.000 km construida bajo el mandato de Stalin, utilizando como material de cimentación los restos mortales de dos millones de presos del gulag, según las estimaciones más optimistas. Hoy, esa carretera se llama M56 y es una ruta de aventura para el turismo. En Visegrado, durante la guerra de Bosnia, el hotel Vilina Vlas se convirtió en campo de retención, violación y tortura de cientos de mujeres bosnias por parte del grupo paramilitar serbio Águilas Blancas liderado por Milan Lukic. Hoy en día ha sido reconvertido en un hotel spa. Sería interesante debatir sobre cómo la Historia debe pasar a la Historia, cómo determinados lugares que han jugado un papel clave en la Historia deben ser conservados en ella.

El Campo de Concentración y Exterminio Alemán Nazi, 1940-1945, Auschwitz-Birkenau, es Patrimonio de la Humanidad desde 1979, «como evidencia del esfuerzo inhumano, cruel y metódico de negar la dignidad humana a grupos considerados inferiores». En 2016, más de dos millones de personas visitaron el museo, 2.053.000 para ser exactos, superando en medio millón la visitas registradas durante el año anterior. No es morbo, es la necesidad de recordar. Las palabras del director del Museo son un diagnóstico perfecto: «En el mundo de hoy, desgarrado por los conflictos, el aumento de la sensación de inseguridad y el fortalecimiento de los tonos populistas en el discurso público, es necesario volver a escuchar las advertencias más oscuras del pasado, como Auschwitz». Hablamos mucho de memoria, ésa que hay que conservar fresca para que la Historia no se olvide y corramos el riesgo de repetirla. La Historia, buena o mala, hay que tenerla presente. La buena tendemos a asumirla como algo dado, y la mala a olvidarla por vergüenza o comodidad. Hay que leerla, verla y palparla. Hay que vivirla porque, como nos advirtió Shakespeare, «el infierno está vacío, todos los demonios están aquí».