Estados Unidos

Estos son mis principios

La Razón
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Cuando el público de Broadway abucheó a Mike Pence, justo después de que los actores del musical Hamilton le implorasen desde el escenario que su jefe, Trump, gobierne para todos, el vicepresidente electo se volvió hacia su hija y comentó: «Así es como suena la libertad». La anécdota la cuenta David Leonhardt, columnista del «New York Times» y uno de los periodistas de la Dama Gris que acaba de reunirse con el nuevo presidente. El cónclave con los reporteros del «Times» fue organizado para limar asperezas. Horas antes, Trump había vuelto a ladrar en Twitter. Tachó al periódico de «fallido» y no dudó en exigir disculpas al reparto de Hamilton por «humillar» a un Pence que cree en el sistema. La asamblea fue notable por varias razones. Trump dedicó los primeros ocho minutos a vanagloriarse por su victoria. Al decir de Frank Bruni, otro de los presentes, alardeó de ser el primer republicano «en 38 años o así» que ganó Michigan y Pensilvania («el “o así”», dice Bruni, «son en realidad 28»). También presumió de haber obtenido los votos del 15% de los afroamericanos («las encuestas a pie de urna sugieren que fue el 8%»). Prometió estudiar el Cambio Climático con «una mente abierta» y admitió que quizá «existe alguna relación» entre el aumento de CO2 en la atmósfera y el consumo de combustibles fósiles. Magnánimo, descartó perseguir judicialmente a Hillary Clinton, un gesto que ya le ha reportado los primeros abucheos de la parroquia ultra. Lo más extraordinario tuvo lugar cuando se retractó de su promesa de reinstaurar la tortura en los interrogatorios a sospechosos de terrorismo. Al parecer venía de entrevistarse con el general James Mattis, leyenda de los marines y posible nuevo Secretario de Defensa. El militar, veterano de tres guerras, lector de Marco Aurelio, célebre porque obligaba a sus oficiales a estudiar las costumbres, historia y cultura del país donde les destinaran, le desmontó la supuesta eficacia de la tortura. «Deme un paquete de cigarrillos y un par de cervezas y lo haré mejor», le comentó Mattis. Reconoció que sopesa la posibilidad de enviar a su yerno, Jared Kushner, como mediador para buscar un pacto entre israelís y palestinos. Otro testigo, el gran Thomas L. Friedman, recalca la frase literal del señor Trump: «Me gustaría ser el [presidente] que logró que firmasen la paz (...) tengo razones para creer que podría lograrlo». Todos los presentes coinciden en resaltar el narcisismo agraviado por el resentimiento de un Trump que sabe manejarse en las distancias cortas. Alguien que no ve problema en mantener sus negocios en paralelo a la presidencia y que hace buena la sentencia grouchiana respecto a los principios («Si no le gustan, tengo otros»). Su amoralidad abona la esperanza. Igual que durante la campaña viró hacia el extremismo por cálculo electoral bien podría ahora rechazar la idea de reencarnar a Andrew Jackson. Trump seguirá a quien crea que mejor le garantice aplausos. Ya es algo que piense en el patricio Mitt Romney en lugar del tóxico Giuliani como secretario de Estado.