José Luis Alvite

Europa

Europa
Europalarazon

Arrasa Europa una tenaz oleada de burocracia y de pereza, un denso plasma de entumecida indiferencia que lo cubre todo con una oleosa capa de resignada apatía, como una epidemia de mórbida vejez reglamentaria que se extiende por el continente con la lenta obstinación de una fiebre administrativa y financiera que se lleva por delante el recuerdo de la Europa exultante de antes, de cuando sobrevino la II Guerra Mundial y, desquiciado e insomne por el estruendo de la artillería, Dios corrió a refugiarse entre los soldados y las campesinas en aquellos pajares de Francia en los que sollozaban los soldados, jadeaban las viudas y relinchaban sin saliva las bocas vaginales y gomosas de las yeguas. Fue aquella una Europa insegura y asustada, también una encrucijada de sargentos y de dioses, de muchachos con la cabeza aturdida por el III Reich, aquella mezcla enfermiza de cerveza e ideología; un solar en el que los bombardeos borraban las pocas fronteras que no hubiese disipado la lluvia; una Europa histórica y sagrada, entusiasta y furiosa, en la que el miedo invidente les cambió su letra primeriza a los niños y en cuyo recogimiento no había una sola oración que no se pareciese a una blasfemia; un sitio sin paradero fijo en el que con algo de harina, sudor y una pizca de lodo, la gente era capaz de recordar una canción, borrar un remordimiento y amasar una hez talabarteada y marrón con la que hacer de madrugada el pan. Y ahora, ¡Dios Santo!, ahora arrasa Europa una casta de políticos pusilánimes, antibióticos y algo eunucos que hacen cuentas en Bruselas con sus profilácticas gafas de urólogo, vuelven luego a sus casitas con jardín en Baviera, en Ostende, en Turín, y prenden en la chimenea con leña baja en calorías una hoguera con las llamas de lana, mientras husmea sus pubis de jabón un perro con el instinto de hule, el aliento de penicilina y la lengua de cera.