Facebook

Facebook no es de derechas

La Razón
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El debate sobre quién gobernará el mundo, no ya los Estados Unidos, que acabará siendo una anécdota, lo zanjó hace unas semanas la portada de un importante semanario cuando nombró emperador a Mark Zuckerberg, el amo de Facebook y de buena parte de nuestro universo. Caemos en las redes sociales mientras pescan nuestras vidas al borde de la extinción como pobres sardinillas. Facebook vendría a ser como la fotografía para los que un día pensaron que robaba sus almas. Sólo que esta vez no se trata de superstición. La red está acusada de eliminar noticias de corte conservador con la intención jamás confesada de influir en las tendencias informativas. Esto último es lo más preocupante. Que sea tan fácil manipular sobre lo que hay que saber para estar en sintonía con la corriente popular mundial. Los algoritmos de Zuckerberg, salidos de un aquelarre goyesco o de un episodio de las brujas de Salem, eligen las noticias que tenemos que consumir para ser miembros de la tribu. No la de Anna Gabriel, que es la de las chochonis, que parece la pobre que nunca la han dejado al cuidado de la vecina y anhela no ser de nadie, sino la tribu global, en la que todos trabajamos según lo que diga el tam tam de internet. Esa era la información que nos haría libres, el periodismo ciudadano y otras zarandajas de los gurús de la cosa digital.

Me libren los dioses de la comuna de dar clases de comunicación. Para eso ya están las ventosidades de un articulista que convierte su periódico en viejo y triste. Pero lo que delata la denuncia de un empleado de Facebook es que las redes no son como el agua, incolora, inodora, etc., sino que se tiñen del color del que manda, que a su vez engaña a otros que mandan hasta que se tira de la cadena y nos hacen consumir excremento informativo, mentira posicionada en los buscadores con palabras clave. Zasca.

Este fascismo gacetillero tiene encima buena fama. A pocos se les ocurriría tachar a Zuckerberg u otros jerifaltes de estas empresas tecnológicas de seres orwelianos, más bien al contrario, aparecen como libertadores de un mundo anárquico que nos hacen la vida más fácil cuanto más conectada. Gozan de la imagen guay de lo moderno, tanto da «hipster» como neoliberal. Los proyectos solidarios con los que adornan el «couché» y sus propios perfiles no son más que una coartada para su comercio de esclavos que hoy estaremos hablando de lo que diga «bwana», agradeciéndoles además que nos dé conversación, lobotomizados por el tótem.

«The New York Times», nada sospechoso, ha hecho público el debate esta semana, desenmascarada la farsa. Saben lo que deseamos y cómo actuar para que el ciberespacio se ideologice. Pensábamos que lo que veíamos era la entrada gloriosa del futuro y de repente se abren las puertas del infierno. Otro ladrillo en el muro.