Martín Prieto

Felipe en el país de las maravillas

Antes de gobernar 14 años, Felipe González, como líder de la oposición, se imbuyó de política internacional más que otros presidentes. Premio Carlomagno por su europeísmo, buen conocedor de los enquistados problemas de Oriente Medio, es un apasionado de Iberoamérica que ha visitado de cabo a rabo como Vicepresidente de la Internacional Socialista para el subcontinente. No es el consejero de una gasística como dicen los que se hacen remunerar su idiocia: su agenda es envidiable, se le ponen al teléfono los Jefes de Estado y se le recibe sin cita previa. Amigos venezolanos comentan angustiados que se empieza a echar de menos a Hugo Chávez. El paracaidista, y a petición propia, tuvo dos largas reuniones con Felipe, cordiales hasta en la discrepancia. Chávez afirmaba que Fidel Castro y Felipe González eran quienes más sabían de América Latina y que le gustaría asistir a un debate entre ambos. Por todo lo anterior el régimen de Maduro no se atrevió a impedir la entrada de Felipe al país aun habiéndole declarado persona «non grata», limitándose a hacerle luz de gas, cerrarle todas las puertas y difamarle con ese estilo entre nazi y bolchevique tan caro para el chavismo en las dos orillas atlánticas, en Caracas o en Madrid. Felipe ha ido al país de las maravillas reclamado por los familiares de los presos políticos y en inexcusable misión de buena voluntad; no ha tenido una mala palabra contra el Gobierno venezolano y su viaje ha sido un éxito al poner en el mapa el respeto por los derechos humanos del socialismo del siglo XXI. Y con el apoyo discreto del Gobierno de Rajoy, González se ha esforzado por no envenenar las relaciones entre los dos países. Monedero, chupatintas del chavismo con facturas inexplicadas e inexplicables sugiere a Felipe que visite Egipto o China: ya lo ha hecho, pero el discípulo de Beria podría acudir a Irán como asesor en el empleo alternativo de las grúas.