Ángela Vallvey
Ficción
Viendo los resultados y procesos de la última revolución tecnológica, creemos vivir una época que otorga gran importancia a la información dentro del mundo siempre complejo de la comunicación social. Pero no. La información está constituida por datos y mensajes que impactan sobre el juicio de los ciudadanos y pueden modificar su comprensión de las cosas, su criterio sobre la realidad. Una vez procesada, la información también inculpa, acusa, libera o incrimina. Transforma. Sabemos que la información es conocimiento que interacciona, transmuta el entorno, al igual que la mente de quienes la reciben. Creemos que la información es objetiva, que refiere los simples hechos que suceden («Puigdemont está en Bruselas», por ejemplo, es un enunciado que transmite información, refiere un hecho probado en ese momento), pero en nuestro universo de «corta y pega» los hechos que componen la información, vistos como material productivo, creadores de riqueza con un valor de cambio y de uso..., han dejado de tener provecho: ya no generan utilidad ni beneficio. Antaño un periódico invertía dinero, tiempo y talento en obtener una información (verbigracia: «Nuestros profesionales, desplazados a Bélgica, han descubierto tras arduas pesquisas que Puigdemont está en Bruselas, tenemos fotografías como prueba»), así lograba exclusivas difíciles en las que trabajaban con ahínco sus periodistas y, cuando conseguía amarrarlas, esa labor le reportaba réditos inmediatos, profesionales y económicos. La autoría del trabajo estaba garantizada, reconocida. Aquellos que reproducían la información, remitían a la fuente original, era imposible copiar sin caer en el descrédito. Hoy, esto ha cambiado radicalmente. Cualquier información más o menos original que aparezca en un medio será cortada y pegada, replicada «al instante» por una interminable lista de otros medios que apenas citan el original. Ni siquiera parece importante quién ha logrado la exclusiva. Otros la rehacen y recrean, a su manera. Ya no importa de dónde salió dicha información. Ni si tal información es verdadera o un «fake» (¡que suele entretener mucho más!). El precio de la información ha caído estrepitosamente en el mercado de la comunicación. Lo único que aún mantiene cierto valor, y no mucho, es la opinión («Puigdemont está en Bruselas porque...»), el relato subjetivo, la posición política (insólita o no), el argumento sesgado con la recompensa de persuadir al inconstante e impaciente lector... O sea, que los hechos ya no son protagonistas y han dado paso a la retórica, a una interesada especulación seductora. A la ficción.
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