Ely del Valle

Fin primer acto

La Razón
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No se le podrá acusar de no habérselo peleado hasta el último minuto, pero de nada le ha servido al partido de Pedro Sánchez intentar movilizar en las horas previas a los alcaldes del «holding» de Podemos para ver si utilizándolos como moneda de cambio le torcía a Pablo Iglesias la ruta del GPS. Tampoco le ha valido de mucho al secretario general de los socialistas volver a insistir en darle a la votación carácter de plebiscito. Su «O yo o la nada» no ha calado en absoluto, y a estas horas ya le cabe el triste honor de ser el primer candidato a una investidura que sale del Congreso de los Diputados igual que como entró hace tres días. Nada que no se hubiera escrito antes en decenas de artículos de opinión; nada que no se hubiera pronosticado a izquierdas y a derechas desde el mismo día en que aceptó someter su programa al examen de la Cámara como quien juega a la Bonoloto: fiando su suerte al puro azar.

Lo más llamativo de esta, de momento, última sesión de investidura, ha sido la dureza del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, con Mariano Rajoy –lo que nos lleva a pensar que la gran coalición se va a quedar convertida, como el propio Pedro Sánchez, en una inmensa calabaza–, y el relajo con el que Pablo Iglesias se ha dirigido al hemiciclo, como si al cambiar la camisa blanca por la grana hubiera dejado colgada de la percha ese rencor que tanto intriga a Felipe González, o como si supiera que hoy tiene bastantes más probabilidades de que sus exigencias pasen por el embudo del Comité Federal socialista antes de que la ficha de la ingobernabilidad nos lleve a todos, dentro de este inverosímil juego de la oca en que se ha convertido esta legislatura, del laberinto a elecciones el 26... de junio.