Alfonso Merlos

Fobia a la Ley

Está clarísimo lo que hay contra Cataluña. Ni fobia ni odio ni vísceras ni amenazas ni incomprensión ni vandalismo. Y por consiguiente es evidente lo que hay: comprensión, diálogo, acercamiento, compromiso y, esencialmente, solidaridad. Esto lo sabe perfectamente el señor Tardá. Y esto significa que las denuncias de este capitoste de la Esquerra Republicana son falsas. O peor, son simplemente un embuste. Porque este provocador sabe cuál es la realidad de la cuestión catalana, y hay en él una vocación innata para engañar. Y para obtener de la trola rédito partidista. Que ésa es la jugada.

El problema esencial que abordamos es el del liderazgo de políticos que viven en su burbuja de dióxido de carbono, que pierden la noción del espacio y el tiempo drogados por su propaganda; políticos esforzados en cavar trincheras, en levantar castillos en el aire para que los ciudadanos se distraigan de lo fundamental: su identidad (¡sólo faltaría!) pero en paralelo sus libertades, su seguridad, su bienestar. ¡¿O eso importa tres pimientos desde los Pirineos hasta Castellón?!

Una mentira repetida en mil ocasiones jamás en democracia, en una sociedad sana y madura, debe convertirse en una verdad. Y los abanderados del separatismo más cavernícola saben a la perfección que los ciudadanos de ninguna región de España son víctimas por el hecho de habitar esa región. Otra cosa es el victimismo, el discurso construido sobre falacias para justificar decisiones absolutamente delirantes. Pero esto último no es que sea poco acorde con la democracia, es que es muy poco moderno y con frecuencia termina en la bufonada.

Y aun así, la soflama equivocada de Tardá no puede caer en saco roto. El desafío nacional pasa precisamente por meter en vereda a quienes, en esta línea tramposa y cerril, empuñan las armas dialécticas de la intolerancia. Son un peligro.