César Vidal
Franco, 40 años después
Nadie querrá recordarlo, pero cuando hace cuarenta años falleció Franco la mayoría de los españoles tenía más miedo e inquietud que júbilo y ganas de revolución. Es cierto que inmediatamente los que se beneficiaron del Régimen se convirtieron en nacionalistas o socialistas, pero eso entra más en el terreno de la picaresca hispana que en el de las vidas ejemplares. Franco –un general africanista como Kitchener o Pétain– aceptó la II República, a su servicio sofocó –como el abuelo de ZP– la rebelión izquierdista de Asturias y sólo se sumó al golpe de 1936 cuando quedó convencido de que se iba a desencadenar la revolución. Entre sus sombras estuvo la ausencia sistemática de libertades, el empeño en crear una sociedad espesamente confesional en pleno siglo XX y el mirar más hacia un pasado mitificado que hacia un futuro inevitablemente distinto. Entre los logros, se encontraron la revolución industrial que España no tuvo en el siglo XIX, un desarrollo económico espectacular en los años sesenta, la creación de una sociedad de clases medias y la articulación de la seguridad social y una educación y una sanidad prácticamente universales. Soñó no con abrir camino a la democracia, como pretenden algunos de sus apologistas, sino con perpetuar el Régimen del 18 de julio, pero desde la Iglesia católica a la banca pasando por la mayoría de los ciudadanos, todos sabían que no era posible el franquismo sin Franco. Así su Régimen, en lugar de ser eterno, se limitó a un paréntesis en la Historia de España. Y es que más allá de las referencias a la moral católica inscritas en los códigos civil y penal, Franco no tuvo programa alguno. Durante sus primeros veinte años, los españoles pasaron un hambre lobuna gracias al socialismo con camisa azul de Falange. Luego, el plan de estabilización impulsado por los tecnócratas del Opus Dei, dos millones de españoles en el extranjero enviando divisas y la casi totalidad de las mujeres en casa proporcionaron unas cifras de empleo y crecimiento extraordinarias. A día de hoy, ninguno de esos factores parece posible. A cuarenta años de distancia, quizá lo peor de su herencia sea la manera en que millones de españoles siguen pensando en las supuestas bondades de un papá Estado –¿extraña que haya tanto franquista en la izquierda española?– que todo ha de darnos y también un espíritu ovejuno que bala, pero que no se moviliza por el bien común. Eso y los que utilizan a Franco para asaltar el presupuesto.
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