Restringido

Frente al monstruo

La Razón
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Un individuo creó un perfil falso de su ex en internet. Aspiraba a provocar una agresión sexual contra la mujer. Cada vez que ella salía de casa daba de bruces con algún psicópata. Su otro yo, aquella identidad fingida, juraba en la red que fantaseaba con ser violada. Como nunca faltan los cerdos de guardia, especialmente en los montes oscuros del chat de medianoche y el nick vergonzante, su caso estimuló las elucubraciones de una punta de brutos dispuestos a todo por complacerla. Hay que ser muy retorcido para idear semejante truculencia. Al canalla, detenido, la fiscalía lo acusa de delitos contra la libertad e integridad sexual, coacciones y revelación de secretos.

Ya Uno espera que le caiga un puro tan inclemente que se le quiten, no ya las ganas de urdir tétricas venganzas, sino incluso la de abrir los ojitos, deslumbrado ante la luz de un sol que no debería gozar en años. Su caso es del un perturbado con tintes sádicos al que corona una estupefaciente carencia de empatía. Un depredador. Durante siglos a los tipos así, en sociedades más draconianas, los enviaban a galeras. O, ya puestos, hacían con su cuello un lindo tirabuzón a la salud del verdugo.

Pero, cuestiones morales aparte (la pena de muerte es repugnante e inhumana) su desaparición privaría a la ciencia de la posibilidad de estudiarlos. Uno de los argumentos decisivos para mantener en chirona a semejantes individuos es el de que proporcionan al investigador, en un ambiente controlado, la fortuna de asomarse al precipicio y contemplar la sonrisa del lobo. Una boquita repleta de dientes, afilados, carnívoros, que conviene analizar en detalle. El argumento lo expuso hace años el agente especial del FBI Robert K. Ressler, padre del término serial killer y uno de los primeros en comprender que la inmensa mayoría de los asesinos sistemáticos mataban por razones sexuales y que el examen de su modus operandi, la creación de un perfil, el esbozo de unos patrones conductuales, era imprescindible si queríamos protegernos. No tiene que ser confortable escudriñar en el podrido cerebro de quien aspiraba a que su ex fuera violada por otros. Pero es justo ahí, libreta y lápiz en mano, donde hay que situarse.