Alfonso Ussía

Fútbol y violencia

Joan Laporta, el primero, y Florentino Pérez después, han demostrado que los grupos ultras organizados sólo pueden ser desorganizados desde sus clubes. Tengo experiencia al respecto. Durante muchos años, el «Barça» y el Real Madrid cobijaron a los «Boixos Nois» y a los «Ultrasur» respectivamente. En el Real Madrid de Ramón Mendoza, el encargado de hablar, negociar y pactar con ellos era Lorenzo Sanz. Cuando me presenté a las elecciones a la presidencia del Real Madrid contra la poderosísima candidatura de Ramón Mendoza, tuve un único acierto. Aventurar que, en el caso de que mi grupo venciera en las elecciones, los «Ultrasur» perderían todas las ventajas que disfrutaban con el amparo de la Junta Directiva. Me lo hicieron pagar. Una noche incendiaron mi sede electoral y el teléfono de mi casa se convirtió en un depósito de amenazas. No sólo eran responsables los clubes. Un nutrido grupo de periodistas cercanos al poder mostraba su complacencia con los desalmados.

Conocí a muchos miembros de «Ultrasur». Muchos de ellos lo dejaron. Algunos no eran violentos. –Es la única manera que tenemos de ver los partidos gratis y viajar de gorra–, me confesaron. Entre los que conseguí que abandonaran el mal camino, había un ingeniero de Telecomunicaciones y un abogado. Pero la mayoría se encuadraba bajo las órdenes de Ochaíta, un mecánico de Sacedón partidario de la violencia a ultranza. Su jefe directo en el Real Madrid era Lorenzo Sanz.

Jamás tuve malas relaciones personales con Ramón Mendoza, que me ofreció en varias ocasiones formar parte de su Junta Directiva. Y cuando Ramón se sintió traicionado por su principal protegido, compartimos muchas y divertidas comidas en las que recordábamos aquellas elecciones, en las que la candidatura de Ramón obró el milagro de que votaran los socios fallecidos. La relación de socios no se había tocado en los últimos tres años, y todos los que dejaron de existir en ese período de tiempo, votaron a Ramón Mendoza. Me lo reveló, entre sonrisas y asombros, en «Casa Benigna», uno de sus restaurantes favoritos. No puedo considerar las informaciones de Ramón como las propias de un notario, pero me aseguró que todas las barrabasadas y vilezas que sufrió mi candidatura durante las elecciones, las había protagonizado Sanz. Con su autorización, claro, aunque esto último se le olvidó reconocerlo.

Para mí sigue siendo un enigma que un candidato sin un duro, inexperto, sostenido por el romanticismo y, eso sí, muy bien rodeado de madridistas competentes, estuviera a punto de ganar a un Ramón Mendoza, con sus cinco Campeonatos de Liga ganados consecutivamente y un grupo de colaboradores con larga experiencia en la gestión deportiva. Mis compañeros de Junta eran en su mayor parte, jóvenes y extraordinarios. El único que sabía que yo era un candidato malísimo, era el menda. Y aun así, supimos trasladar a miles de socios la necesidad de cambiar la forma de interpretar, respetar y amar al Real Madrid. En aquellos tiempos, la fuerza de un periodista radiofónico era indiscutible, y ese periodista decidió apoyar a Ramón Mendoza, y fue muy libre de hacerlo, por supuesto.

Pero en el «mendocismo» creció hasta alturas imposibles de soportar la influencia de los «Ultrasur», bajo la excusa de que era el único grupo animador del equipo. Tenían, como los «Boixos Nois» en el «Camp Nou», despachos y almacenes para guardar bajo llave sus pertenencias, algunas de ellas indeseables. Ramón pagó su culpa con melancolía.

Los hechos lo han demostrado. Si los responsables de los clubes quieren terminar con sus grupos violentos, se puede hacer. Con disgustos y amenazas, pero al final, compensan los sinsabores. El fútbol es parcialidad y pasión. Jamás violencia. Sí se puede terminar con la barbarie.