Agustín de Grado

Garzón en negro

Como el PSOE ha muerto, aunque los socialistas aún no lo sepan, anda la izquierda buscando su redención entre la algarada del descontento y el populismo suicida. La defensa del edificio constitucional, de la Corona como piedra angular y de la representación política como médula de la convivencia democrática es cosa de viejos.

De Alfonso Guerra, por ejemplo, que a sus 73 años habla de las cosas importantes con un sentido de la responsabilidad que termina ahogado en esta época de ruido y furia. Nadie como la propia izquierda ha contribuido al destrozo de la política desde la política con ese querer estar dentro y fuera a la vez: en el hemiciclo por la mañana, en la protesta anti-sistema al caer la tarde. Arruinado el prestigio de la política, la izquierda busca rostros lejos de ella, cuando no en la misma anti-política de la que brotan las Ada Colau y compañía. A los cargos públicos deberían volver los mejores. Son tiempos de reto colectivo. De servicio común y patriotismo. No otra cosa es la política.

Pero resulta que quien regresa es Garzón. Él, que siempre estuvo en política. Con toga o sin ella. Él, que saltaba de la sala de la justicia ciega al mitin partidista y de la arenga militante al veredicto imparcial en desvergonzado ejercicio de travestismo inconcebible en cualquier democracia sana. Alfonso Guerra ha vuelto a dejar en cueros su integridad: Garzón quiso cobrar en negro del PSOE, algo que consiguió tras llamar a otra puerta. ¿La de los fondos reservados, como afirma Rafael Vera?

El delito, aunque prescrito, sería mayúsculo: un gobierno socialista habría utilizado los fondos reservados del Estado para mantener al candidato que había fichado como símbolo de tolerancia cero contra la corrupción. Menudo ojo el del frentepopulismo en ciernes para reclutar a los suyos...