Agustín de Grado

Golpismo

Los jóvenes violentos que pretendían derribar el régimen democrático con su asedio al templo de la soberanía popular son un puñado de idiotas. Sin más. Se les combate con el Código Penal en mano firme. Sin complejos ni debilidades apaciguadoras como la de suspender la actividad parlamentaria. Más difícil de atajar es la subversión que una izquierda necesitada de votos cultiva con la crisis como excusa y justificación.

Me da más miedo el mensaje que traslada el energúmeno de Beiras golpeando el escaño de un presidente autonómico elegido por el pueblo que esos cuatro encapuchados nihilistas seducidos por un manual de guerrilla urbana. Más indefenso me siento escuchando al presidente del Tribunal Supremo identificar el asedio al domicilio particular con la libertad de expresión y manifestación que oyendo los gritos de odio y sedición de una escuálida cuadrilla de ignorantes en la Carrera de San Jerónimo.

Existe más peligro para la libertad en el discurso de socialistas y comunistas endosando al Gobierno la responsabilidad de la violencia por sus medidas económicas, que en el cóctel molotov del anarquismo iluminado. Me inquieta esa izquierda que no razona, se indigna, creyendo que así reviste de dignidad su ausencia de razones. Hábil maniobra que le permite arrogarse de autoridad moral para buscar en el alboroto de la calle el respaldo que no encuentra en las urnas. En plena marea ciudadana de desafección a la política, una convocatoria golpista no ha sido motivo suficiente para la condena explícita e inequívoca de los diputados del PSOE e IU que forman del Congreso que se quería derribar. ¿Miopía suicida? No. Resabio de su pasado, donde la democracia les servía en la medida en que no obstaculizara otras aspiraciones.