Reyes Monforte

Gomina

La Razón
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Una de las escritoras estadounidenses más polémicas y controvertidas, Fran Lebowitz, considerada por muchos la nueva Dorothy Parker y sobre quien Scorsese realizó el documental «Public Speaking», suele decir que «no todas las criaturas de Dios son hermosas, de hecho la mayoría de las criaturas de Dios son simplemente presentables». Muchos asumimos esa realidad pero algunos confunden conceptos.

El alcalde de Zaragoza, para justificar el haber cargado al erario público 15 euros de un bote de gomina, dice que trabaja 13 horas y que no tiene tiempo de ir a su casa para asearse. No sé si preocupa más el concepto de higiene que tiene este hombre –si cree que una manita de gomina lo tapa todo– o la carga de testosterona empleada para exponer semejante justificación. El concepto de aseo cojea y quizá convendría abrir un debate. Elisabeth Taylor decía que el éxito es el mejor desodorante. Razón tenía, tanta como Bernard Shaw cuando reconocía que «a los políticos y los pañales hay que cambiarlos rápido, y por las mismas razones».

El aseo debería ser cuestión de estado. En el pueblo de mi abuela vivía una mujer que se compraba pastillas de jabón carísimas, no para lavarse la cara, sino para colocarlas entre la ropa interior y que ésta siempre oliera bien. Conocí a un actor que gastaba cantidades ingentes en desodorante para intentar disimular su falta de apego al agua y cuando la compañía le pidió que se aseara, contestó: «Lo siento, es mi forma de ser».

Desde que escuché al alcalde de Zaragoza, ando preocupada. Y no por él, aunque el uso continuado de ese producto puede hacer que se le caiga el pelo, y no metafóricamente. El otro día le regalé a mi admirada y envidiada María José Navarro un aceite capilar, y ahora me siento mal. Desde entonces no me llama, y temo que piense que estaba poniendo en duda su presencia, magnánima y sublime, y mucho menos su pelo, digno del melenón de Farrah Fawcett. Así que aprovecho este insigne periódico de izquierdas, como dice ella, para aclarar conceptos y contestarle a su amable columna del viernes, que casualmente se llama «Insensateces».