Pedro Narváez
Goya para Pedro I el perdedor
Más que la investidura, este fin de semana los negociantes de la barraca de los pactos preparan su asalto a las vestiduras de la alfombra roja. Los figurantes reciben clases sobre cómo hay que moverse por esa otra moqueta que no es la del Congreso sino la de la gala de los Goya. El esmoquin a punto, menos para Pablo Iglesias imagino, y los vestidos incandescentes deseosos de avivarse ante la caricia del tiro de los fotógrafos. Pleno de políticos para celebrar que lo son, al menos por ahora, porque al contrario que los personajes de cine, que pasan fugaces pero se hacen eternos, ellos serán, ocurra lo que ocurra, sólo lo primero. Berlanga, uno de los padres fundadores de la Academia, y su hijo Jorge, guionista y el hombre más elegante de Madrid, estarán preparando en el mundo paralelo donde viven los muertos, una comedia agridulce sobre la vanidad de los advenedizos y la tristeza del espectáculo, razón por la que un payaso de Fellini nos hace llorar.
Pedro I el perdedor se llevará el Goya a los efectos especiales. Quiere ser el primer presidente de la democracia con el peor resultado de la historia de su partido y eso no lo supera Chewaka en la sexta parte de «La guerra de las galaxias». Esto empieza bien. No oiremos a las lenguas bífidas que nos aturden con la versión de que su mujer ya prepara su entrada en La Moncloa porque la retrataría con una ambición de la que no tengo más que el rojo rumor de su vestido ante una bandera de España de la que nunca más se supo. Goya al mejor vestuario. Begoña es el punto de la interrogante. Malas víboras, es lógico que apoye a su marido y no lo mande a dormir al sofá. Los Underwood de León llegarán regios con la sonrisa que se le ha quedado al socialista desde que Felipe VI le encargó que formara Gobierno. El eslogan «presidente del cambio» merecería otro Goya a la horterada de un guión primerizo al que le valen retazos de Jordi Sevilla o Rodolfo Ares. «Nouvelle vague». El cambio, por ahora, se reduce a enseñar los dientes como la Pantoja en sus mejores momentos. Ya llegará el montaje del director con las escenas eliminadas que aún no conocemos.
Los Reyes no asisten. La ceremonia se hubiera confundido con la apertura solemne de las Cortes que igual ni se celebra. La ausencia es también una presencia. Esa llamada neutralidad que viene a ser como la objetividad en el periodismo. Una entelequia que nunca hay que dar por muerta. Pero, ya digo, estarán los políticos, los nuevos actores del aquí no hay quien viva de la escena española. Carmena, Cifuentes, Albert Rivera... restarán protagonismo a las apuestas que ya se reducen en a quién enfocará TVE cuando den un galardón a la película sobre Bárcenas, la representación en diferido del PP, y si a Pablo Iglesias también lo sientan en el gallinero, que va ser que no. La gala será una investidura de mentira más emocionante que la real. Eso es el cine.
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