José Antonio Álvarez Gundín

Hacer oposición de otra forma

Las vacas sagradas del PSOE hacen cola para abofetear a un Rubalcaba que trata de aterrizar el avión con dos azafatas a los mandos. Corcuera, Bono, Ibarra y hasta Felipe están que braman por el desgobierno del partido en asuntos de causa mayor, como la unidad de España y la construcción de una alternativa creíble. El diagnóstico es grave. No es lo mismo ejercer la oposición que llevar la contraria, patología que Groucho Marx describió clínicamente en diez palabras: «Todavía no sé qué vas a proponer, pero me opongo». Es algo parecido al castizo «¿Quieres controversia?» con el que se pretendía entablar debate desde la chulería y la cerrazón mental, sólo para marcar territorio. Con esta forma decimonónica de hacer política, reaccionaria en exceso y ayuna de propuestas positivas, se explica que el PSOE no levante cabeza.

Los ciudadanos, a los que se toma por desmemoriados o por tontos, se indignan con una oposición que defiende lo contrario de lo que hizo en el poder, sin molestarse siquiera en justificar el cambio de criterio. En asuntos como las pensiones, los desahucios, la corrupción, Gibraltar o los recortes, los socialistas predican el reverso de lo que hicieron como gobernantes, sólo por llevarle la contraria a Rajoy. Donde más nítidamente se aprecia el extravío del PSOE es en el enredo separatista. En vez de combatir a los independentistas, que es lo propio de un partido que lleva en su sigla la E de español, sus dirigentes se afanan en marcar distancias con el Gobierno de la nación, no sea que acierte. Pero así no se va a ninguna parte. Hacer oposición no es hacer teatro en el Congreso, ya sea drama o comedia, ni llamar a las barricadas cada mañana, ni anunciar el fin del mundo cada tarde. La democracia necesita una oposición de calidad, eficaz, menos desgarrada y más pedagógica, que sea congruente con su pasado y rigurosa en sus propuestas. Lo que hay, sin embargo, es una oposición sin peso específico, pobre de argumentos, que arrastra los pies por el carril trillado de la invectiva, el insulto y la bronca. En vez de conducirse como un gobierno que está en la sala de espera, consciente de que volverá al poder antes o después, el partido socialista sucumbe a la ansiedad como si hubiera renunciado a la sensatez y a la inteligencia. Exigir cada cinco minutos la dimisión de Rajoy o romper el diálogo con el Gobierno al mismo tiempo que se propone una reforma de la Constitución causa perplejidad y revela inconsistencia. Con bastante razón, los «indignados» del 15 M reclamaban otra forma de hacer política; no estaría de más que se empezara por otra forma de hacer oposición que no sea zombi.