Iñaki Zaragüeta
Hay que confiar en los jueces
Por algún lado nuestro Estado de Derecho tiene una vía de agua con riesgo de tragedia. A veces recuerdo a Alfonso Guerra y su sentencia de muerte a Montesquieu, el de los tres poderes. ¡Qué capacidad de predicción!. Lo digo por lo difícil que es entender la decisión del fiscal anticorrupción de recurrir el auto en el que la juez Mercedes Alaya plantea la imputación de los ex presidentes andaluces José Antonio Griñán y Manuel Chaves, entre otros, en la caso de los ERE presuntamente fraudulentos tramitados por la Junta.
Sorprende la resolución del Ministerio Público, razonada en que la propuesta de la magistrado «no está fundamentada y puede generar indefensión», cuando unas horas antes el afectado y supuestamente perjudicado ex presidente Griñán, había declarado ante los periodistas que no tenía intención de recurrir el citado auto.
Coincido con mi amigo Rogelio en que algo peculiar afecta a nuestra democracia. Los jueces, independientemente de que algunos de sus fallos nos escandalicen, son con frecuencia demonizados y diana de demasiadas flechas políticas y mediáticas. Y los acusados, casi de rositas.
La decisión fiscal conlleva una carga explosiva contra Mercedes Alaya, como si se deseara deteriorar su imagen y honradez ante la opinión pública. Pero sucede también con el juez mallorquín José Castro, instructor del caso Nóos, o con Pablo Ruz, investigador del caso Bárcenas. Si apuramos, hasta en Gürtel el único de todos personajes relacionados con ello que ha sido sentenciado y apartado, en mi opinión esta vez acertadamente, ha sido el juez Garzón. Pero ¡que sea el único!.
He de decir que, con sus defectos, creo y confío todavía en los jueces. Así es la vida.
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