José María Marco
Identidades nacionalistas
En un debate como el que hoy se va a desarrollar en el Congreso no es imprescindible, más bien es poco recomendable, recurrir a argumentos históricos. Hay razones de sobra –constitucionales, políticas, económicas, culturales e incluso internacionales– como para que las Cortes se nieguen a ceder el derecho de convocar un referéndum al Parlament catalán.
Hay un hecho, sin embargo, que más que a la historia atañe a la naturaleza misma del nacionalismo catalán, que tal vez sería conveniente tener en cuenta. Como todo el resto de los nacionalismos de finales del siglo XIX y principios del XX, el catalán es un movimiento de reacción contra el liberalismo, contra la igualdad, contra la democratización, contra la universalidad y la dignidad del ser humano, contra la racionalidad en política... contra la política misma. En eso el nacionalismo catalán –que en nuestro país, de forma paradójica, ha sido visto como el colmo del progresismo– tiene la misma naturaleza populista, anti ilustración y xenófoba que hoy sigue caracterizando a los nacionalistas del resto de los países europeos, ya sean franceses (Frente Nacional), británicos (Partido Nacional Británico) o belgas (Vlaams Belang), por citar sólo tres.
Sin embargo, hay en el núcleo del nacionalismo catalán una tendencia distinta. Es la que presidió su nacimiento y la que lo articuló antes que nadie como movimiento político. Está, por una parte, el profundo conservadurismo, que aleja al nacionalismo catalán de la inspiración revolucionaria y subversiva que es la propia del nacionalismo a secas. También hay que tener en cuenta, por otra parte, la dimensión española, reconocida por los nacionalistas catalanes de primera hora, como Prat de la Riba y Cambó, con independencia de que a largo plazo el nacionalismo catalán no pueda dejar de aspirar a la secesión. Los mismos fundadores la conceptualizaron, de forma un poco disparatada, como «imperialismo» con respecto al resto de España. Aun así, contribuyó a asentar al nacionalismo catalán en la política española, a centrarlo –en Cataluña– y a evitar que se despeñara por las alucinaciones del radicalismo. La izquierda nacionalista desconoce esta dimensión del nacionalismo catalán y se embarca siempre en aventuras que una y otra vez conducen al desastre. Mas y sus amigos de CiU creen que ha llegado la hora de emanciparse de esa tradición que forma parte de la esencia del nacionalismo catalán. Desde los partidos nacionales –todos esperamos que hayan llegado a algún acuerdo– se les podría recordar que luchan contra su propia naturaleza, contra su propia identidad.
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